lunes, 25 de enero de 2010

Refriegas del 73.

Aparicio apuraba la segunda ginebra cuando la comitiva ingresó impetuosamente. Protegía a un hombre de baja talla que caminaba taconeando sobre el piso de tierra de la pulpería. Tenía los pómulos sobresalientes, un jopo insolente y la voz altanera de los petisos con manija. Luego de la mirada inamistosa que cruzó con la hueste, el payador decidió marcharse. Cuando se acercaba a la puerta, lo detuvo la voz de El Petiso: - “¿No se siente en buena compañía, paisano?” Antes de que Tramontina respondiera, los lacayos le cortaran el paso.

El Petiso:

Bolche parece el paisano,
seguramente infiltrado,
enemigo renegado,
del Movimiento Nacional,
ya lo dijo el general:
debe el Mal ser amputado.

La reacción fue sorpresiva, como vuelo de perdiz. Agazapado, el payador envolvió con el poncho su brazo izquierdo. La primera finta circular del facón dejó una aureola de gotas rojas en el suelo. El segundo movimiento espantó a la monada.

Aparicio:

Esta hueste maccarthista
bien ha mostrado su hilacha
atropella la covacha
con violentas reacciones
han de ser por sus traiciones,
hijos del Viejo Vizcacha.

Aunque no soy rencoroso,
mi memoria no se rinde,
proclamo yo mi deslinde,
con ese tal Movimiento,
he sufrido hostigamiento,
del Brujo, Perón y Osinde.

- “¡Maten a la rata!”, gritó, enfurecido, El Petiso. La horda se reagrupó y arrinconó a Tramontina. El payador fue un tornado de ira. Giró varias veces con su facón rasgando y ensartando cuanto cuerpo encontrara en su recorrida. Una brecha de sangre se abrió entre los matones y el cerco de la prepotencia se desvaneció como el humo en el viento. Con el facón punzándole el pecho, El Petiso dio la voz de retirada.
La patota ingresó al Torino de vidrios oscuros arrastrando a sus heridos. En pocos segundos, los tragó el horizonte polvoriento.

Desde aquel día, el Sindicato de Payadores fue un bastión contra la Burocracia Sindical.








viernes, 15 de enero de 2010

Hace más de 20 años, ¡caracho!




Llanto de guitarra negra,

lágrima de roja rosa,

es la brisa vergonzosa,

adagio triste en el viento,

hermano, ¡qué desaliento!

ha partido Zitarrosa.

viernes, 8 de enero de 2010

Tahúres del camino




La vocecita era aguda, como la de un tenor malogrado. Repetía las ofertas del día con la fluidez de un predicador de plaza. “¡Cigarritos Saratoga, los fuma Facundo Quiroga!”
“Ha de ser algún turco cacharrero”, pensó Tramontina. Al salir, se encontró con un hombre de escasa talla que llevaba una lechuza embalsamada en el hombro; el turbante deshilachado disimulaba una calvicie prometedora, los ojos, exageradamente claros, le daban un tono inquietante a su mirada. Voceaba un repertorio inagotable:
“¡Atención! Las profecías incumplidas del faraón Fayutep II. ¡Tónico para el cabello del Doctor Leyes, tira como una yunta de bueyes! ¡Lean mi libro Astrología pampeana, pronósticos seguros hasta pasado mañana!”
Con aire petulante, encaró a Tramontina:

Adivino su futuro,
Aunque parezca distante,
Tengo don de quiromante,
hoy a su mano le escruto,
tengo un rigor absoluto,
Puedo leer hasta un guante.

Aparicio olió en la túnica del vendedor el sudor de los tahúres del camino.
- “¡Basta de bolazos! Quiero una chaira. ¡Tiene o no tiene!”, lo conminó, fastidioso.
El petiso revolvió en las bolsas que colgaban de la mula. Luego de varios intentos, sacó un librito de tapas oscuras. – “Esta es la solución, paisano. El Libro de Salmos del Profeta Daniel. Aquí dice: Cada mañana cinco oraciones, afila dagas y facones”.

Aparicio:
Con estos ojos distingo
La comadreja taimada,
Que, fayuta y descarada,
Esquilma al gaucho inocente,
A esa runfla indecente,
Yo se la tengo jurada.

“¡No me provoque, gaucho anarquista, o lo reduciré a polvo!”, amenazó el buhonero.
Lanzado como una escupida del alma, el facón ensartó a la lechuza embalsamada que se bamboleaba en el hombro del hechicero. “El prózimo va dirigido a una criatura más despreciable”; advirtió el payador. El visitante enfundó como pudo sus artefactos y huyó arrastrando a la mula. El trote desmañado del animal hizo escurrir la bola de cristal de una bolsa; el módico Merlín lloró sobre la esfera hecha añicos.
A la distancia, Aparicio no escuchó bien la maldición del petiso.
- “¡Dese por muerto, Tramontina! ¡Ya sabrá quien es El Brujo cuando regrese el general!”

lunes, 4 de enero de 2010

El pastor y las cabras.



El ruido se filtraba desde abajo de la puerta. Tramontina vio la cabra que masticaba, indolentemente, las astillas del marco . El patadón que le propinó casi le descoyunta la cabeza del cuerpo. La pobre bestia se arrastró en círculos un rato hasta que encontró un lugar en el rebaño. El pastor, sofocado por el calor, estaba sentado bajo la sombra del ombú. Aparicio lo interpeló:

Paisano ponga atención,
Y controle la manada,
Esa cabra depravada,
Con caprino desparpajo,
Rumiando desde abajo,
Se mastica mi morada

El pastor:

Vientos del pueblo me llevan,
Vientos del pueblo me arrastran,
Me esparcen el corazón,
Y me aventan la garganta.

El cabrero salió del umbrío remanso y se acercó al payador con una sonrisa.
- “Son traviesas, don Aparicio. Se me espantaron en Orihuela y acabo de reunirlas después de mucho caminar. ¡Téngame paciencia, hombre!”.
Aparicio observó la cara fatigada del pastor, su cuerpo enjuto denotaba las privaciones de una vida de trashumancia. Al instante, reconoció en su mirada transparente y en el firme apretón de manos a un amigo.
Luego de varios mates, el pastor realizó la petición:
- “Necesito que me cuide el rebaño, Aparicio. Debo volver al frente”.

Aparicio:

Su tierra es devastada
Por una horda fascista,
Soy internacionalista
Y gaucho republicano,
Con el facón en la mano,
Digo que el pueblo resista.

El pastor se reunió con su rebaño acariciando a cada una de las cabras antes de la despedida.
- “Las cuidaré como a mi zaino”, prometió Tramontina.

Las sombras del ocaso envolvieron la partida de Miguel Hernández.