jueves, 16 de septiembre de 2010

El cerco de Casares.


Aparicio dejó de peinar al zaino cuando oyó los gritos del peón. Al Rudecindo se le atragantaban las palabras:
- “¡El Johny alambró la laguna La Gallareta! ¡Qué disgrazia!. ¡La pionada no tendrá más agua en Casares!”.
- “La grapa le anda nublando los ojos Rudecindo”; lo frenó Aparicio.
- “¡Dendeveras! Mister Barrick rodió con púas la laguna. ¿No s’enteró? Se asoció con el Hugo, el tambero de La Dorita. Han formao un Pul Láteo”.
- “Ahí lo ve, Rudecindo. La burguesía se carteliza”; sentenció el payador.
El peón quedó un rato en silencio, aplastado por la densa cavilación de Tramontina. Se recobró al instante.
- “Pareze que hay mucho oro en el lecho lacustre. Han sacao pejerreyes de dieciocho quilates”; exageró.
Aparicio no podía salir del asombro.
- “¡Carajo!.Ese crápula ha d’estar usando cianuro pa’ limpiar el oro”.
- “¡Pior!”, se indignó el Rudecindo. “Las vacas están sorbiendo el veneno. Toda la leche de La Dorita está emponzoñada”.
- ¿Y dónde tirará ese mar de leche, el Hugo?
- “¿Tirarla? La manda a través de la Sociedá Rural como ayuda humanitaria p’ Haití”.

Cabalgaron un día y medio hasta llegar a la laguna. Mister Barrick estaba inspeccionando la alambrada.
- “Mírelo, Rudecindo, hasta el pelo tiene dorado ese gringo insaciable”.

Se acercaron sin saludar.


El Johny:

Brilla en mi patrimonio
Esta laguna dorada
Con decisión mesurada
Di la orden sin demora:
El agua desde ahora
Será propiedad privada.

Aparicio:

Sepaló Johny altanero,
La laguna no se encierra,
Mi guitarra trae guerra,
En su vibrante bordona
Este facón no perdona.
A quien secuestra la tierra.


El Mister Intentó descolgar el Winchester del cerco que clausuraba el camino vecinal. El amago fue fatal. Como un aguilucho en picada, el facón le ensartó la mano en la tranquera. El Rudecindo tampoco fue lerdo. Enlazó al tambero que enfilaba hacia el Aparicio con un hacha en la mano.
- “¡Esta es propiedad privada! ¡Las vacas son sanas!”; gritaba el ricachón enrollándose cada vez más en la cuerda.
.”¡Qué van a ser sanas, si tienen las ubres de color violeta!”; lo paró en seco Aparicio.
- Es la luz crepuscular”; intentó justificarse el tambero, pero se refrenó cuando el Rudecindo colgó la soga en la rama del nogal.

Los dejaron atados como siameses revolcándose en el suelo. En su afán de desatarse, Mister Barrick y el tambero no escucharon la orden que Aparicio impartió al peón.
- “¡Laaarguelás, Rudecindo!

La estampida de las mil holando-argentinas hizo temblar la pampa.