-"En la noche pampeana todos los cuises son pardos, Rudecindo".
Tramontina pronunció aquella sentencia mientras se arrastraba sobre una gramilla demasiado poblada de abrojillos y ortigas. Estaban casi a ciegas bajo una luna enturbiada y mezquina.
-"No se priocupe, don Aparicio. Llegaremos sin problemas. ¿No me cree? Mire".
La inventiva de Rudecindo era prodigiosa. El efecto visual no lo era menos. Con paciencia oriental, había domesticado una larga hilera de luciérnagas. El intermitente titilar de los bichos fosforescentes marcaba el camino correcto. El artificio era exageradamente meticuloso. Las luces formaban una enorme punta de flecha que señalaba la tranquera con el cartel de Expo Agro.
Ingresaron con cautela. No era cuestión de que algún sereno pegara el grito de alerta. Abrieron los feed lots y dispersaron a los animales en la noche sin dueño. Extendieron el cable alrededor de los silobolsas, del hangar de los aviones fumigadores, de los stands de la Asociación de Criadores de Hereford y del concesionario de autos alemanes.
-"Todo listo, don Aparicio. Aura dediquelé una dézima a estos tahúres".
Felizes los ganaderos,
no tienen más retenziones,
gobiernan como patrones,
en soziedá con sojeros,
Estos proteicos fulleros,
juntan dinero en bandeja,
y, cuál gran rey de la queja,
sueña el voraz oligarca,
ser el supremo monarca,
del lomo y de la molleja.
Tramontina estaba nervioso cuando Rudecindo encendió la mecha.
-"No se priocupe, don Aparicio. La ezplozión pasará inalvertida por la cuetería de Fin de Año.