El
tipo tenía un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza y soplaba un cornetín
estridente. “¡Deutschland, Deutschland!”; gritaba envuelto en la bandera
alemana.
Poseído
por la furia, Rudecindo lo encaró con el rebenque en la mano. Por suerte, Tramontina
lo sofrenó a tiempo.
-“Voy
a callar a eze pastenaca, don Aparicio”.
-“Dejeló fanfarronear. No ve que es Max
Weber”.
-“¿y
quién es eze crestiano?
-“El
Marx de la burguesía”.
Rudecindo,
cual sudestada de odio, estalló al oír esas palabras. Tramontina lo tuvo que
derribar con mucho esfuerzo, antes de que resolviera el pleito a rebencazos.
-“¡No
sea chambón! Nos va a querellar la Azociazión
Internacional de Soziología.
Escuchémoslo, a ver que dize”.
Como
un desaforado, Weber empezó a cantar agitando la camiseta del Borussia Dortmund:
Desde
la ciencia proclamo,
A
mi Alemania triunfante,
Impuso
un juego brillante,
Sobre
la raza latina,
Ha
vencido a la Argentina
Con
ética protestante.
Rudecindo
lo corrió con el facón envuelto en el poncho. Pero, ya era tarde. Weber se había perdido en medio de la
multitud. Mascullando resentimiento y con lágrimas de impotencia, alcanzó a
gritarle: -“¡Aprenda de Bourdieu, teutón enzoberbezido!”.
Tramontina lo consoló con dos palmadas en la espalda: “Dejeló que grite, Rudecindo. En nuestro fobal, Sabella y nozotros tenemos otra escuela: la
Escuela de Frankfurt”.
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