domingo, 7 de octubre de 2012

Metálica sinfónica (Sordos ruidos oir se dejan)




El desafinado golpeteo metálico sorprendió a Tramontina. La bulla venía de lejos, pero parecía cada vez más cercana. Se entremezclaba con insultos y gritos desaforados. Era tal el alboroto de cacerolas y sartenes que desencadenó una imprevista estampida de la fauna pampeana. Justo a tiempo, Aparicio cerró la puerta del rancho y evitó la precipitada intromisión de cientos de cuises, liebres y chajás que huían del pajonal. Rudecindo, que tenía dones sobrenaturales para intuir el peligro, alertó a Tramontina antes de huir por la parte trasera del rancho:
- “Cuídese, Aparicio. Son los oligarcas y su desalmada pequeña burguesía”.
Antes de que terminara de procesar la advertencia del peón, la ruidosa multitud ya había rodeado el rancho. La matrona envuelta en estolas de zorro increpó a Tramontina sin que mediara excusa:
-“¡Queremos libertad! ¿O es que no lo entiende, gaucho vago y ordinario? ¡Qué espera para golpear algún artefacto! ¡Aunque sea la pava roñosa con la que ceba ese menjunje inmundo y verdoso!
Inconsciente de que estaba rodeado por rostros hostiles y enseres amenazantes, Aparicio sacó fuerza de su indómito temple:
-“No zoy comedido con los prepotentes ni con las vacas zagradas de la burguezía.
La gorda de las estolas entró en un remolino de cólera:
-“¡Me dijo vaca, el muy sinvergüenza! ¡Más respeto, gaucho menesteroso! Soy Dorotea Essen de Fierro, presidenta del Club Angus y numen de la Sociedad de Beneficencia de Ingeniero Maschwitz”.
La indignación de la matrona platinada le hacía golpear cada vez más fuerte el cucharón sobre la bandeja de plata. De la furia enhebró la copla destemplada:

Dorotea Essen:

La libertad nos sustraen,
Y dólares ahorrados,
Con gestos depravados,
Y medidas fiscalistas,
Nos atacan populistas,
Y soviets de desclasados.

Embriagada en la metálica ordalía, la multitud redobló el frenético batuque. Vaya a saber por qué misterio de los sentidos, Tramontina, al borde del aturdimiento, percibió bajo el tronar de las cacerolas el áureo tintineo de joyas, dijes y pulseras. Pero el embeleco se disipó cruelmente. Un sartenazo en la cabeza trajo al payador a un mundo de sufrimientos. “¡Estamos hartos de la agresión de los demagogos y comunistas!”, vociferó el tribuno de la sartén. Desparramado en el piso, Aparicio logró esquivar el escupitajo republicano de la Dorotea. - “¡Queremos el respeto a las minorías!”, vociferaba preparando otro argumento de espesa saliva.
Es sabido que las fieras acorraladas sacan energías de sus heridas y pesares. Más rabioso que puma chuceado en el lomo, el payador manoteó el facón de su cintura. Que al salir, salga cortando, pensó mientras se incorporaba. El primer faconazo esparció una espiral de gotas rojizas en el suelo. En la primera línea de la estocada, el demócrata de la sartén aulló con voz aflautada mientras tanteaba el estropajo sanguinolento que pendía de su entrepierna. La turba de plutócratas retrocedió al instante, como si se le hubiera aparecido Mandinga desollando a un toro.
-“¡Vengan de a uno, cagones sartenudos!”; insultó Tramontina, tajeando el aire espeso de la cobardía.
-“¡Queremos seguridad!”; repetía un ingeniero canoso mientras abollaba una paellera de cobre.
-“¡Llamen a los gendarmes!”; gritó uno que retrocedía golpeando un caquelón de fondue. “¡Libertad es propiedad!; voceó otro con pinta de rotario.
-“¡Eso, eso. Tradición, familia y propiedad!”; acotó un abogado de rostro cítrico y aliento de sacristía.
De repente, la escena pareció congelarse. Un extraño impasse se interpuso en la confrontación de clases. -“¿Será el tan mentado empate hegemónico?”, masculló en silencio Tramontina. Pero los gritos del Rudecindo lo distrajeron. Venían del fondo de la pampa, eran potentes y precisos como el pampero. El peón y la indiada llegaban al rescate.
-“Traje las tropas de Catriel pa’ defenderlo, don Aparicio. Con más prezizión, es la brigada Tierra y Libertad de Azul”.
Al caer las primeras lanzas, los plutócratas se desbandaron como perdices después de la primera perdigonada. El retroceso fue caótico. Para algunos, un verdadero suplicio. Los indios de Catriel se apiadaron del doctor Aguinis, que había quedado con los pies embotados en una bacinilla de latón y en un jarro de aluminio.
La fuga había dejado un mar de quincallería en el suelo de la pampa. Envuelto en una estola de zorro, Rudecindo recorría displicentemente el campo de batalla apilando la montaña de cacharros.
-“¿Y ahora qué hacemos con todo esto, don Aparicio?”, preguntó.
-“Fundirlo y enviarlo al Quinto Regimiento de Líster”.
-“Eso. No pasarán”.

Aparicio:

El reparto de riqueza,
Aviva odios racistas,
Celos individualistas,
Amontonan riazionarios,
En combos estrafalarios,
De tilingos y fascistas.

Aparicio Tramontina... Un Facón hecho canto