viernes, 24 de enero de 2014

La carabela.




Aunque era un inexperto en la materia, Aparicio fue de pesca al Arroyo Zapata. El calor agobiante de la mañana era propicio para atrapar palometas. Conocía la ferocidad de dichas criaturas; en varias oportunidades le mordieron los nudillos de las manos mientras lavaba sus medias en el triste caudal. Había compuesto una copla, por pedido del sindicato de pescadores de la laguna de Pila, para advertir a los incautos. Con el fin de acentuar el espíritu didáctico, la denominó: “Paisano, tenga mano con la serrasalmus marginatus, sobre todo en los días calurosos y sin viento”. Pero como la extensión del título superaba a la del poema, la redujo a “Vade retro serrasalmus”. Así la cantó esa mañana:




Peligrosas son las bichas,

Yendo en cardumen o solas,

Arremolinan las olas,

En sus feroces bravatas

Te garronean las patas,

O pior, te muerden las bo...



-´¡Heeey, heey! ¡A ti te hablo, indiano!”; lo interrumpió un grito desaforado.

Tramontina no podía creer lo que veía. La enorme carabela se desplazaba cautelosamente por el traicionero arroyo. Las largas travesías le habían abierto algunas grietas en el casco de tablones de roble. Sin embargo, los tres mástiles se mantenían imperturbables. Las velas latinas reposaban lánguidamente, apenas rozadas por la débil brisa. El amenazante castillo de popa contaba con cuatro culebrinas dispuestas en posición de combate. La inscripción HERALDO DE CRISTO atravesaba con orgullo la superficie de la eslora. Otras, más pequeñas y borrosas, apenas se asomaban de la línea de flotación. Habían sido rasgadas por espíritus resentidos: El Rey Fernando es tragasables, ¡Devuelvan Granada, chorros!, Arriba el Athletic, Lávame, sucio y otras por el estilo. La chusma de los puertos era incorregible.

El capitán, enfundado en su armadura, gesticulaba desesperadamente en la proa para atraer la atención de Tramontina. Sus gritos llegaron a la orilla:

El capitán:

Suelo los mares surcar,

Vengo de solar hispano,

El noble suelo cristiano,

Sólo proezas enciende,

A ver si pronto lo entiende,

¡Solís es mi nombre, paisano!



El Piloto Mayor de Castilla perdió la paciencia ante la indiferencia del pescador: -“¡Oiga, nativo insolente! ¿Dónde coño está el Mar Dulce?”.

Tramontina desenganchó la palometa del anzuelo y la introdujo cuidadosamente en el balde; no quería perder un dedo en la maniobra. Vio la ira fermentando en los ojos de Solís, tomó la guitarra y dijo:

Con solo verlo imagino,

Ha de ser opa el paisano,

Tan abrigao en verano,

Su zerebro tiene frito,

No conoze este distrito,

Dentró usté a contramano.



El cañonazo hizo un fiordo en la orilla del Zapata. El cataclismo dejó a Tramontina colgado de un barranco de reciente formación. Su corazón se embriagó de odio anti hispánico. Motivos no le faltaban. La tremenda explosión había volcado el balde y la palometa capturada se había sumergido en el arroyo. Tramontina intuyó una mueca de burla en la mirada de la bicha antes de desaparecer en las aguas. Pero el temblor del segundo cañonazo lo hizo caer al agua. Solís ordenó a sus secuaces atraparlo: “¡Cogedle de una vez!”; gritó a la tripulación.

Inquieto por las consecuencias de la orden, Tramontina chapoteó en el lodazal y ganó la otra orilla escurriéndose entre los cardales.

“¡A estribor, imbéciles!”; aulló Solís con la intención de capturar al fugitivo. La maniobra fue insensata, fatal. El navío se inclinó peligrosamente, los mástiles se tambalearon y las maderas crujieron. Había encallado.

En tierra firme, Tramontina fue socorrido por una partida de indios charrúas y guaraníes que venían observando sigilosamente el recorrido de la embarcación. Pronto manifestaron sus intenciones:

Un banquete delicioso,

Daremos a este cruzado,

Con ajo recién picado,

Sal, perejil y tomillo,

En un caldero sencillo,

Solís será cocinado.



Desde lejos, Tramontina vio el humo elevándose sobre el campamento. Despedía una agradable fragancia a tomillo.

domingo, 12 de enero de 2014

Alma encarnada

Eventos extraordinarios interrumpían los pequeños menesteres de Tramontina. Un hecho memorable le ocurrió cerca del Samborombón, mientras cortaba cañas para armar un almácigo. Tenía decidido plantar tomillo y una variedad de perejil gigante, muy aromático, que recibió de un indio errante llamado Kerouac o algo parecido. En plena tarea, lo paralizó una voz oculta en el pajonal.


-“Dibiera pidir pirmiso pa esa tala clandestina”; lo reprendió.

Al darse vuelta, el payador quedó fulminado por la sorpresa. Debió manotear las ramas de un espinillo para no caerse desmayado. Frente a él, los ojos rojos del tero lo miraban con gesto imperativo.



-“¡Mandinga!”; gritó Tramontina buscando el facón en la cintura. Lo soltó al instante, las espinas le taladran la palma de la mano.

El plumífero alardeó mostrando las púas anaranjadas asomándole, amenazantes, debajo de las alas.

-“Lo he agarrao infraganti, con las manos en la masa, digo… en las cañas”.



Tramontina reculó pidiendo disculpas -“No quize ofender, terenzio”.

Inesperadamente, la voz del tero se tornió cordial:

-“Está disculpao, paisano. Veo que lo suyo es agricultura familiar. ¿Zabe lo que paza? Estoy en alerta permanente. Los sojeros avanzan sin piedá. Ya no nos queda un mísero palmo e’ tierra p’ armar el nido, ¡caracho!”.



El asombroso encuentro hacía tartamudear a Tramontina: -“Di…gamé, te…renzio, ¿quien le dio el don del habla?”.



El tero agachó la mirada. “Zoy un alma encarnada, paisano. No tengo zoziego. Recorro épocas y cuerpos, como polen arrastrado por los vientos. Vengo de una tierra lejana asolada por zares, cosacos y otros parásitos...”

La emoción hacía galopar el corazón de Tramontina: - “No me diga que usté estuvo…”.

-“Sí, mi amigo… en aquel Octubre glorioso”; susurró el tero enfundando las púas anaranjadas.

Tramontina corrió a abrazarlo: -“¡Vladimir! ¡Diez días que conmovieron al mundo!”

-“No se entuziasme, camarada. Mi conzienzia está condenada a vagar en un tranze infinito. Juí pescador en el Ganges, minero en California, sodero en Tapalqué… Y míreme ahora, un tero del Samborombón”.



El Aparicio le sacó chispas a la guitarra:



Vamos por reforma agraria,

Koljoz y cooperativa,

Con renovada inventiva,

Dentro del Zoviet, paisano,

Toda la pampa y el grano,

Será granja coletiva.



El tero Vladimir:



Atraer al campezino,

Será mizión conflitiva,

Con atitud persuasiva,

Y por un tiempo acotado,

Daremos chanze al mercado,

La N.E.P. es alternativa.



Tramontina masculló la respuesta. Algo de aquel consejo no terminaba de convencerlo. Buscó la copla adecuada para expresarlo.



No comprendo eze camino,

Me pareze equivocado,

Si damos chanze al mercado,

Renace el capitalismo,

Se lo alvierto ya mismo:

Bujarin es moderado.



Vladimir morigeró la irritación y contestó con acento didáctico:



Es enzeñanza zenzata,

dudar del ultraizquierdismo,

Su pretenzión de purismo,

Siempre zectaria y pueril,

Es enfermedá infantil,

Que padeze el comunismo.



Aparicio sintió el filo de la estocada; no pudo enhebrar una respuesta. Caminó hacia el rio; se detuvo al ver su rostro apesadumbrado desdibujarse en el remanso de las aguas. Pero los graznidos de la bandada lo sacaron de sus cavilaciones. Sobrevolaban en círculo, a gran altura, sobre la orilla del río. Parecían esperar a un compañero de viaje. Tramontina no se sorprendió cuando Vladimir abrió sus alas y se sumó a la bandada. Se fueron remontando el Samborombón como una patrulla perdida. La voz de Vladimir se escuchaba, tranquilizadora, a la distancia:

-“No se me venga abajo, paisano. No hay que arrimarle juerzas al enemigo”.

El vuelo de las aves se difuminaba en el horizonte. Como un punto insignificante y borroso, un integrante de la bandada se separó del resto. Volaba hacia el océano.