sábado, 26 de diciembre de 2009

El acecho de Mandinga.

- “¡Don Aparicio, ayúdeme, me está acechando Mandinga!”.
El payador abrió la puerta del rancho y vio la cara compungida del visitante.
- “¿Donde, paisano?”; preguntó Tramontina.
- “Del otro lado del bañado, en el potrerito que empieza detrás de las totoras. Nos manda sus horribles sortilegios cada vez que practicamos: una granizada, avispas asesinas, rejucilos que eletrizan los pelos. Los muchachos están asustados. Yo también, Aparicio”.
Al día siguiente, el payador se acercó al potrero. Observó la práctica, cuerpo a tierra, oculto entre las totoras. El espectáculo asombraba; funcionaba como un mecanismo de relojería. Uno de los muchachos ejecutaba el corner, varios cortinaban en el área chica y, por detrás, sin que nadie lo esperara, el cabezazo letal, imparable. Una y mil veces, ante la desesperación de los defensores, la pelota recorría el aire envuelta en efectos inescrutables, para terminar en el fondo del arco. No había caso, la estrategia del entrenador parecía infalible. Mandinga tenía razones pa’ preocuparse.
De pronto, lo imprevisible. Un zumbido ensordecedor brotó del interior de las totoras. La nube aterradora oscureció el cielo, formó una espiral siniestra y miles de langostas cayeron en picada sobre el potrero. El entrenador y sus muchachos se dispersaron en todas direcciones. La manga voraz arrasó el campo de juego dejando expuesto el vientre yermo del suelo. Aparicio oyó la repulsiva carcajada de El Maligno. Llegó a él rápidamente, olfateando la inconfundible estela de sulfuro y orina de chivo. Lo sorprendió meando la pelota, el rito de la maldición. Sin avisar, el vuelo del facón cortó los tiradores del bombachón dejando a La Bestia rugiendo en calzones. La metamorfosis fue prodigiosa. El cuerpo se ensanchó, la frente bulbosa deformó su horrible cabeza y dos cuernos brotaron bajo la crencha mugrienta. Las costuras de la camisa estallaron, los botones saltaron como proyectiles. La Bestia musculosa era inmensa, como un Increíble Hulk entomatado y vengativo.

El Maligno:

Voy a destruir ese equipo,
Que con destreza increíble
Hace la hazaña posible,
Con atitud abnegada,
En esta triste morada,
Solo yo soy invencible.

Aparicio:

Usté es el fruto perverso
de la supina inorancia,
su repulsiva fragancia,
envuelve un opa forzudo,
pa’ colmo, necio y cornudo,
que vive de la vagancia.

Esos muchachos merecen,
Mis sentimientos piadosos,
Sus corazones fogosos,
Desafiaron con coraje,
La vanidá y el ultraje,
De ricos y poderosos.

Antes de que amagara empuñar el tridente, Tramontina ensartó el facón verigero en el pecho de la mole. Cientos de pequeñas alimañas pampeanas saltaron de su cuerpo en llamas. La maldición estaba destruida. Zubeldía y sus muchachos podían emprender el viaje a Manchester.






miércoles, 23 de diciembre de 2009

El cazador insolente



Eran dos caminantes. El que venía adelante llevaba la escopeta en la mano y gesticulaba ampulosamente. Vestía chaqueta de cazador, pantalones cortos y casco de explorador con mosquitero ajustado al cuello. Tres pasos atrás, lo acompañaba su ayudante, que también oficiaba de traductor.
Con la impertinencia de un patrón de estancia, el cazador encaró a Tramontina.
- “¡Atenzione! ¡A arrivato il Cavaliere Silvio! ¿Tu sei Tramontina, il gaucho?”.
Aparicio lo miró con recelo. No le gustó la jerga confianzuda, el ademán prepotente. “¿Y usté quien es?, le preguntó con aire de distraído, destapándose un oído con el dedo índice.
- “Sono il cacciatore piú grande della Lombardía”, dijo. Luego echó una mirada impaciente sobre su ayudante: ”Fai la traduzione, Peppino”.
Peppino di Capri repitió, resignado: - “Soy el cazador más grande de la Lombardía”.
El visitante arremetió con descaro: - “Voglio comprare tutta questa terra per fare un coto di caccia”. Luego parodió una escena de caza apuntando su escopeta en todas direcciones: - “¡Pum, bestia in terra!”, repetía, en estado de éxtasis, luego de cada maniobra.
- “El terruño no se vende”, lo interrumpió Tramontina con gesto sombrío.
El cazador no se inmutó: “¿Dove sono i leoni e i buffali?”
- “Anda extraviao, paisano. Apenas es temporada de copetonas”, ironizó Aparicio.
- Allora, voglio sparare agl' indiani”. Impaciente, le ordenó a Peppino: ”¡Fai la traduzione, stronzo!”.
Avergonzado, Peppino murmuró con un hilo de voz:
- “Entonces… quiero dispararle... a los indios”.

Antes de tomar la guitarra, Tramontina clavó el facón en el tocón que usaba como asiento. El temblor de la hoja hundida en la madera electrizó el aire caldeado de la tarde.

Esta advertencia revela
Mi temple de ecologista,
la convizión pacifista,
Aquí un límite traza,
Es pasatiempos la caza
De un cretino o de un fascista.

Su vil codicia delata
A un burgués cruel y mundano
Con su dinero malsano
No compra usté hegemonía
Enfrenta aquí rebeldía,
De un gaucho firme y gramsciano.

El visitante ignoró los versos de Aparicio. Se alejó del rancho, atraído por una bandada de teros que levantaba vuelo sobre el bañado. En la persecución, disparaba a mansalva sobre cuanta criatura volara o se arrastrara por la pampa.
Aparicio y Peppino cruzaron en silencio sus miradas.
El payador rompió el mutismo: -“Sospecho que su puntería es certera, paisano”. Peppino di Capri asintió. Con parsimonia apuntó su escopeta sobre un blanco en movimiento. El disparo fue sepultado por el graznido de los teros. “¡Pum, bestia in terra!”, dijo al despedirse.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Max Turben visita el blog de Aparicio (2). Digresiones y sentencias intempestivas

La mayoría de los científicos que celebran al Círculo de Viena ni siquiera conocen su diámetro.

La influencia del Positivismo en las ciencias sociales ha sido negativísima.

Nietzsche es ese tipo de filósofos que de lejos parecen canallas y de cerca despejan todas las dudas.

¡Pongamos coto a la verborrea antropológica en las ciencias sociales! Conceptos como otredad y alteridad me producen hartedad.

Considero que algunos aportes de las investigadoras feministas a las ciencias sociales son todavía controversailes. Por ejemplo, el concepto de Género deja mucha tela para cortar.

Hace muchos siglos, con el fin de combatir el aburrimiento, jóvenes aspirantes a monjes budistas inventaban nuevas y arbitrarias palabras para designar fenómenos y objetos ya conocidos. La antigua tradición solo ha perdurado en los Licenciados en Ciencias de la Educación, aunque sin alcanzar tan noble fin.

Henry Kissinger ganó el Premio Nóbel de la Paz en 1973. Al año siguiente, una asociación de veteranos de guerra alemanes reclamó, ilusionada, el Nóbel de Medicina para el doctor Joseph Mengele.

Los historiadores creen que en la Batalla de Platea, el 27 de agosto de 479 A.C., los generales atenienses y espartanos dirigieron la victoria sobre los persas cómodamente sentados.

Empédocles, filósofo de Agrigento, fue desterrado al perder las elecciones en el 436 A.C. Probablemente la soledad y el desarraigo lo inclinaran hacia la bebida.

Afirmo que varios historiadores revisionistas argentinos comulgaron con los preceptos morales y religiosos que gobernaron China entre los siglos II y VII; su obra sembró el confucionismo.




Max Turben estimando el diámetro del Círculo de Viena ante una pregunta del reportero de la revista Science

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Un invitado a la página de Aparicio. Max Turben, el epistemólogo iracundo.

A lo largo de la historia de la ciencia, las controversias en torno a cuestiones teóricas y metodógícas suscitaron fogosos debates. Cuestionamientos de paradigmas, guerra de conceptos, crisis de criterios de objetividad, dudas sobre la prognosis científica, ataques a las pretensiones legaliformes de las ciencias sociales, etc. han sido algunas cuestiones debatidas, en ocasiones, con excesivo fragor. En estas lides se fogueó el temple del irascible epistemólogo alemán Max Turben, una de las figuras sobre las que el olvido ejercitó su labor más despiadada. Ya nadie recuerda aquel potente vozarrón que hacía vibrar los vidrios de congresos y seminarios desmontando sofismas y palabreríos insustanciales, recusando argumentos inverificables o desnudando el merodeo de arcaicos y novedosos irracionalismos.
Aunque sus huellas son evasivas, algunas de las intervenciones de Turben fueron memorables. En una de las sesiones del Círculo de Viena desmintió las insulsas cavilaciones de Wittgenstein con un tórrido alegato realista y un ajustado cross a la mandíbula que desmoronó a su contrincante sobre el regazo del doctor Rudolf Carnap. - “Métase el Tractatus en el orcto”, le gritó antes de salir dando un portazo.
En otra ocasión, Turben se enzarzó en una vitriólica polémica con Kart Popper. Cuando el eminente profesor austriaco ingresaba a un cóctel de la Real Sociedad Filosófica de Viena, Turben le espetó sin prolegómenos: - “Su noción de Historicismo apesta. Es una bolsa de gatos conceptual que mixtifica argumentos mal decantados. Lo espero afuera, si es macho”. Justo a tiempo, la Guardia Imperial vienesa impidió la trifulca.
También Weber fue objeto de los espasmódicos cuestionamientos de Turben. - “Si la ética protestante es la causa del capitalismo, ¡explicá cómo carajo se desarrolló Japón, cagatintas!”; le gritó desde el fondo del auditorio de la Universidad de Munich, antes de iniciarse una conferencia. Weber no se amilano: - “¡Provocador marxista!”, lo injurió mientras se arremangaba para la riña. La oportuna intervención de un grupo de alumnos frenó los forcejeos al pie del atrio. Cuando lo retiraron del recinto, Turben era un búfalo enfurecido. - “El espíritu del capitalismo aceita las páginas de tus libros, gil. ¡Andá a enderezar bananas con Sombart! ”.
El fuego sagrado de la crítica encendía el corazón de Turben. En ocasiones, como un bonzo.



En una insólita actitud sosegada, Max Turben explica sus argumentos a un cronista ubicado a prudente distancia.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Arduo oficio la esperanza



Una brisa promisoria
a los pueblos dignifica
el Evo no se achica
por Justizia va de Frente
un camino convergente
recorre el Pepe Mujica.

Quiera la historia paisano,
equipare su balanza,
y si peco de confianza,
en deseos ilusorios,
guardo en mis repertorios,
lugar pa´ la esperanza.



Los dejo, compañeros. Después de esta proclama tengo que blindar rancho. Se viene la represalia de la Carbap y la Sociedad Rural.
Caracho! Ya se acercan los tratores...

martes, 1 de diciembre de 2009

El facón y la flecha.




El temblor zamarreó al rancho. Costras de adobe se desprendieron de las paredes. La brutal sacudida provocó una lluvia de polvillo y matojos de paja caídos del techo. La marea marrón de miles de pezuñas arremetía desde el fondo de la pampa. Aparicio, facón en mano, se encomendó al destino. Milagrosamente, los gritos de los guerreros sioux detuvieron a los búfalos a escasos metros de la catástrofe. Al disiparse la polvareda, el rancho quedó rodeado por un mar de bufidos y cuernos enfurecidos. Mandinga había soltado a sus criaturas horripilantes.
“¡Estas no son horas pa´ rodeos, paisano!”; gritó Aparicio con el corazón en la boca.
Caballo Loco se acercó para tranquilizarlo:
–“No tema Aparicio. Todo está bajo control. La estampida se inició en Dakota luego del ataque del VII de Caballería. Es la guerra sucia de Custer”.

Caballo Loco:

Custer es cruel asesino,
De pueblos americanos,
Chorrean sangre sus manos
Haciendo infame su gloria
Ganó un sitio en la historia
Matando a niños y ancianos.

Aparicio:

Conozco bien esa runfla,
Mi juicio no se equivoca,
Progreso grita su boca,
Mientras al indio despojan,
Matando ni se sonrojan
Mitre, Zeballos y Roca.

Antes de la despedida, el mate y la pipa de la paz sellaron el extraño sincretismo de la hermandad.