miércoles, 10 de diciembre de 2008

Tramontina rinde tributo a la Generación del ’68.



Cuatro décadas se cumplen
De tan resistente gesta
En las calles la protesta
Jué insurgente barricada
Y París soliviantada
Unió rebelión con fiesta.

Por si eso juera poco,
Hubo un golpe más profundo,
Vietnam aplastó al inmundo,
Poder norteamericano,
Más no se olvide, paisano,
Del PINCHA ¡CAMPEON DEL MUNDO!

Nuestra América insumisa,
Gritó: ¡Viva Chile Mierda!
La memoria no se pierda
dijo Fidel con certeza,
Y sentenció con firmeza:
El Pincha es la Nueva Izquierda.


APARICIO TRAMONTINA. UN FACHÓN HECHO CANTO.

Aparicio y el Pintor







“Su rancho necesita varias manos de pintura”; le espetó un forastero al Aparicio. Llevaba días recorriendo la pampa con un balde lleno de brochas, pinceles y plumines. “Lo tengo algo descuidado”; reconoció Tramontina. “He visto gallineros más pulcros”, replicó con desenfado el caminante.
En menos de una hora, el pintor blanqueó las paredes de adobe. Era rápido y prolijo. Hacía meses que había salido de Méjico para recorrer la América profunda.

El pintor:

Quiero pintar con realismo
La Patagonia lejana
Triste condición humana
Allí padecen los peones
Mientras amasan millones
Los barones de la lana.

Y me sorprende Aparicio,
Su imperdonable ceguera,
No ve que tiene a su vera,
De cuerpo entero a un artista
De profesión muralista,
Mi nombre es Diego Rivera.

Aparicio:

Disculpas pido, maestro,
Sufro por la resolana
Ya su visita engalana
A nuestra pampa sufrida
¿Por qué no trajo a la Frida ?
Ilustre flor mejicana.

Aparicio y Rivera trabajaron ardorosamente aquella noche. La obra quedó terminada antes del amanecer. Las escenas de la “Patagonia trágica” revivieron en los muros de la Sociedad Rural de Pila.
El implacable blanqueo municipal privó a la historia de un memorable testimonio.
APARICIO TRAMONTINA. UN FACÓN HECHO CANTO.

Max Weber y Aparicio, duelo de carismas.



Una mañana, mientras el Aparicio intentaba infructuosamente encantar a una yarará con una quena, fue interrumpido por el célebre sabio germano.

El profesor alemán:
Soy profesor de un Imperio
Prestigioso y distinguido,
Busco a un amigo querido,
en este suelo argentino,
de nombre le dicen Gino,
Germani es el apellido.


Aparicio envalentonado:

Yo lo conozco al Germani,
Vive en un pago distante,
Discúlpeme que no aguante
La tesi que usté defiende:
Que el capitalismo desciende
De la ética protestante.

“La pampa no es tierra fértil para la sociología”, refunfuñó el alemán alejándose en la planicie infinita.

Postales de la infancia de Aparicio

Aunque jué pobre mi infancia
No quiero vender tristeza
leíamos con destreza,
y voluntá testaruda
Versos de Brej y Neruda
Correteando en la maleza.

Si la tormenta arreciaba,
Corríamos al ranchito,
Oficiábamos el rito,
Soportando el vendaval,
De leer El Capital,
También el Patoruzito.

Si la pampa jué austera,
No quiero invocar la queja,
Cuando el amor la madeja
de la pasión escaldaba,
Siempre gentil me esperaba,
La dulce Dolly, mi oveja.

Tal como transmiten los versos, la impronta rebelde de Tramontina se forjó en sus años mozos. Una coalición de enemigos implacables no dejarían de perseguirlo: el Estado, el Patrón, el Juez, el Obispo y la Sociedad Protectora de Animales.

Aparicio enfrenta a la Liga Patriótica




Los disparos alertaron a Tramontina. Se echó al piso con el corazón en la boca. Afuera, detrás de cuatro vehículos, los sicarios de la Liga hacían fuego a mansalva sobre el rancho. Carlés, con un megáfono, instigaba a la jauría de jóvenes oligarcas. “Saquen a la comadreja de su cueva”, gritaba desaforado.

Manuel Carlés:

Dese por muerto Aparicio
Su nombre tengo en la lista
El fuego nacionalista
Depurará a la Argentina
Y el rebelde Tramontina
Irá a una fosa anarquista.

Esquivando la ráfaga de disparos, Aparicio se zambulló en un hoyo oculto en el rancho. El hueco se comunicaba con las intrincadas vizcacheras que rodeaban su morada. Salió a la superficie en el bañado de los chajás. Tres silbidos sutiles alistaron a las aves. Las pesadas gallináceas levantaron vuelo en tal número que oscurecieron el cielo de la pampa. En un frenesí de picos y púas atacaron a los sicarios. Un nuevo silbido de Aparicio hizo que las aves, sincronizadamente, liberaran sus intestinos. El rocío pestilente humilló a los legionarios en fuga.

Aparicio con tono jactancioso:

Puse en fuga a la canalla,
Astucia mostré con creces,
Masticaron sus reveses,
Y en sus cuerpos desdichados,
Recibieron humillados,
Tupida lluvia de heces.

Entre cuatro liguistas subieron a Carlés a su coche. Estaba tieso, como una estatua amarronada. Por primera vez, su verdadera naturaleza estaba a flor de piel.

Uma y Aparicio: la hora de la espada



Con el chasquido de sus látigos, los hermanos Pavelic ordenaron rodear el rancho. El Hombre-Montaña blandía su temible macana dentada. Rufo, el payaso vengativo, preparaba la cuerda para cobrarse años de rechazos y desplantes. Moris, el oso ciclista, patrullaba en círculos la vivienda. Más atrás, la troupe de enanos depravados se apretujaba en una ronda macabra de palos y tridentes. “¡Zorraaa!”, gritaron los croatas mientras sus caballos derribaban la puerta.

Aparicio:

Una encerrona tendieron
Y el rancho quedó sitiado
Un látigo despiadado
Arrebatóme el facón
Al viento eché maldición
jui por amor descuidado.

Mi dama jué torbellino
Valor sumó a su belleza
Resuelta y con gran destreza
Cortó sin darles señales
Con sables y con puñales
Piernas, brazos y cabeza.

Las huellas de estropicio rodeaban el rancho. La horda mutilada se arrastraba en sangrienta retirada. Bajo el espinillo, los caranchos se disputaban las cabezas cortadas de los croatas. El oso ciclista, finalmente, pedaleaba su libertad en la pampa.
APARICIO TRAMONTINA. UN FACÓN HECHO CANTO

Refugio para una dama


Un intenso perfume de violetas despertó al Aparicio aquella mañana. La respuesta lo esperaba frente a la puerta del rancho. Bella e incandescente, como una flor de lapacho, una mujer le pidió asilo. Dijo llamarse Uma y había huido del Circo de los Hermanos Pavelic, dos croatas de almas oscuras. La habían raptado de niña para entrenarla como estrella de los sables, katanas y dagas voladoras. Uma era sorprendentemente veloz. Arrojaba los puñales y se colocaba en el blanco antes de que el filo de la muerte le zumbara en las sienes. Aparicio quedó hechizado por sus ojos azules.

Uma:
Estoy huyendo Aparicio,
El circo es una prisión,
Con tanta desolación,
Mi alma se ha vuelto retazo,
Protéjame en su regazo
Ábrame su corazón.

Aparicio:
Los milagros de la pampa
al firmamento hacen mella
como en el mar la botella
es del amor mensajera
celebro la primavera
por mandarme esta estrella.

El rancho fue refugio, el lecho pasión.
En su dulce extravío, los amantes ignoraron los siniestros carretones de un circo que se aproximaban lentamente.
(Continuará algún día)

Rauch y Guglialminetti tras el Aparicio

Bartolomé Mitre puso precio a la cabeza de Aparicio. Dos jinetes de la muerte se dirigieron a Pila. Uno izaba la venganza como bandera. La traición anidaba en los ojos del otro. Las flores de cardo se marchitaban a su paso.


Mitre mandó dos sicarios,
Cuyo terror amilana
Rauch alma fría y malsana,
Trajo venganza inclemente,
Y como aviesa serpiente,
Guglielminetti picana.

Sentí la muerte rondando,
En circunstancias extrañas,
Juro no invento patrañas,
Un tucumano valiente,
Sin que mediara expediente,
Les destripó las entrañas (*).

Aguirre Suárez volvía,
Con su lealtá salvadora,
Su prontitú sin demora,
Jué veloz rayo que estalla,
Y descosió a la canalla,
Con su daga voladora.

El ardiente tucumano limpió el puñal ensangrentado en los arbustos.
Las flores azules volvieron a encenderse en los cardales.

(*) Segunda estrofa del original censurada por las autoridades judiciales de Pila.

Pensé que todo acababa,
Pero el final les reporto,
Lo vi, callado y absorto,
A Aguirre Suárez, de vuelta,
que con su daga resuelta,
Los ensartó por el o....

Jacques Lacan, los teros y Tramontina.


El eminente psicoanalista bajó del sulky frente al rancho de Tramontina, luego de un viaje cansador. Para colmo, una bandada de teros lo había hostigado en gran parte del recorrido, haciendo vuelos rasantes sobre su cabeza. Estaba fastidioso cuando bajó a refrescarse. En pocas horas debía dictar el Seminario “La desmanicomialización en Pila, un futuro incierto”. Encontró al Aparicio tomando una ginebra bajo la magra sombra de un espinillo.


Jacques Lacan:

Sépalo paisano iluso,
Que consume ese brebaje,
La razón es un linaje
Perimido, incompetente:
Se estructura el inconsciente,
¡Inculto!, como lenguaje.

Aparicio después de la cuarta ginebra:

Su escritura es arbitraria,
Sus palabras balbuceo,
Farragoso ninguneo,
De conceptos, referentes,
Me resultan más coherentes
El Pavlovsky y el Bauleo.

El sulky se alejó raudamente.
“Detrás de los significantes está el mundo, ¡caracho!”; se desahogó Aparicio.
El graznido de los teros sepultó el visceral alegato.
APARICIO TRAMONTINA. UN FACÓN HECHO CANTO.

Aparicio agredido en su propio rancho.

Una lejana mañana, el Aparicio despertó con el corazón en la boca. El agresor, gritando desaforado, venía directo a ensartarlo con un arma punzante. Yuri, el gallo mudo, se escabulló por la ventana dejando un reguero de plumas en el aire.

Aparicio:

Entró de modo violento,
Le juro, me hizo temer,
Rabioso me quiso ofender,
Con un pico ensangrentado,
Supe que aquel desquiciado,
Era Ramón Mercader.

Sin que mediara suspiro,
Saqué el cuchillo primero,
Encaré pa’l entrevero
Con una furia imprevista
Y aunque no juera trotskista
Mi puñal jue más certero.

El rastro de sangre del fugitivo se perdió entre los maizales.

Aparicio Tramontina y el médico que viajaba en burro.

La sorpresa galopaba en la pampa.
Un médico visitó al Aparicio en su rancho clandestino de Pipinas. El escondite, disimulado como un nauseabundo chiquero, no había requerido demasiados cambios en la vivienda. El visitante usaba anteojos de gruesos cristales. Venía montado en un burro y llevaba meses recorriendo estancias hablándole de sindicatos y cooperativas a los peones.
“Ando medio extraviao, Aparicio. ¿Pa´ donde queda la Cordillera ?”, preguntó.
Aparicio señaló un lejano monte de casuarinas: “En esa dirizión. Tenga cuidado, Chicho, en esa travesía no va a ser bien recibido”, le dijo.

El Chicho:
Rumbo a Santiago yo voy,
Mas no me quejo al andar,
lo tengo que convocar ,
A usted que es peón golondrina
Ayúdeme Tramontina
Con la Unidad Popular.

Aparicio:

Aunque su senda respeto,
No lo puedo acompañar,
Solo le quiero avisar,
Tenga alerta la mirada,
Siento la corazonada:
Un chacal lo va a traicionar.

Durante varios meses, Aparicio no quiso acercarse al río Salado. Temía ver reflejado en las aguas el rostro de la cobardía.

APARICIO TRAMONTINA, UN FACON HECHO CANTO.

Aparicio en la Resistencia indigenista



En la década del setenta (de 1870), en momentos en que se preparaba la expedición militar, Aparicio Tramontina se solidarizó con los indios visitando las tolderías y ayudando a preparar la resistencia. Encontró el ánimo caldeado.

A las tolderías llegué,
Calfucurá me esperaba,
Vi que Catriel preparaba,
la brava chuza insurgente,
Indio Solari, potente,
Frente al fogón arengaba:

Envenenó nuestra tierra,
Esa Carbá genocida,
Y nos roció enfurecida,
La poderosa Monsanto,
En una noche de espanto,
Glifosato y pesticida.

Por esa herida tremenda,
Pincén pedía sangrías,
Venganzas crueles e impías,
El pool de siembra es intruso,
Indio Solari propuso,
El secuestro de Llambías.

Esa noche, varios silos ardieron en Pergamino.
APARICIO TRAMONTINA. UN FACÓN HECHO CANTO.

Aparicio Cantor


Ni el canto ni el facón de Aparicio eran prisioneros de las fronteras nacionales. Todos los vientos del planeta templaban sus instrumentos.

No es custodia mi guitarra,
De grises sones camperos,
A los vientos extranjeros,
Hoy abre su repertorio,
Sus cuerdas son territorio
de Pinfloi y chalchaleros.

En mi vihuela Atahualpa,
Resucita con desvelo
También sueña mi anhelo
En su alma de madera,
Si me cuadra, de primera,
Toco Escalera al cielo.

Jimmy Hendrix y Tramontina: contrapunto en la pampa.






Yuri, el gallo mudo del Aparicio, lo despertó como todos los días, picoteándole las patas que sobresalían del catre. Afuera, recostado sobre un poste, el morocho afinaba la guitarra. “Bonita vincha, paisano. ¿Dónde la compró?”, saludó el Aparicio. “En San Francisco”, contestó el forastero. Aparicio sonrió: “El mes que viene tendré que llevar una tropiya pa’ Córdoba. Voy a aprovechar pa’ comprarla”. Hendrix siguió ensimismado en las cuerdas de su guitarra.
Sentados sobre dos cráneos de vaca dieron rienda suelta al contrapunto.


El Morocho:

De California yo vengo,
Abrasado por el sol,
Mi guitarra es un crisol
No reconoce frontera,
Levanta como bandera
Sexo, droga y rockanroll.


Aparicio Tramontina:

Pa’ lo primero aconsejo
Visitar a la Ludmila
Su cuerpo placer destila
Y pasión desenfrenada
Garganta Profunda es llamada
En la comarca de Pila.


El fulgor del firmamento pampeano fue más intenso esa noche.
APARICIO TRAMONTINA. UN FACÓN HECHO CANTO.

Foucault visita al Aparicio a la vera del Arroyo El Pescado.



El notable profesor halló al Aparicio, apostado, caña en mano, frente al mustio arroyo pampeano. “¿Como va, monsieur, está pescando?”, le dijo. “No, estoy entrenando a la lombrí pa’ buzo tático”, pensó Aparicio, pero la cortesía criolla abortó la filosa réplica.

Le Professeur:

Amigo don Apaguizio.
Se lo digo sin dudar
No me hace falta cantar
Su destino de excluido
No hay gaucho que no ha leído
“Vigilar y castigar”.

El Facón:


Yo le agradezco su glosa
Y le tributo respeto
Mas le reprocho en concreto
Con atitú sosegada
Esa tremenda gansada
De la muerte del sujeto.

Dirimieron el contencioso entre copas de ginebra en La Taba Tóxica , la pulpería del lado salvaje de Pila.

APARICIO TRAMONTINA, UN FACON HECHO CANTO