miércoles, 10 de diciembre de 2008

Aparicio enfrenta a la Liga Patriótica




Los disparos alertaron a Tramontina. Se echó al piso con el corazón en la boca. Afuera, detrás de cuatro vehículos, los sicarios de la Liga hacían fuego a mansalva sobre el rancho. Carlés, con un megáfono, instigaba a la jauría de jóvenes oligarcas. “Saquen a la comadreja de su cueva”, gritaba desaforado.

Manuel Carlés:

Dese por muerto Aparicio
Su nombre tengo en la lista
El fuego nacionalista
Depurará a la Argentina
Y el rebelde Tramontina
Irá a una fosa anarquista.

Esquivando la ráfaga de disparos, Aparicio se zambulló en un hoyo oculto en el rancho. El hueco se comunicaba con las intrincadas vizcacheras que rodeaban su morada. Salió a la superficie en el bañado de los chajás. Tres silbidos sutiles alistaron a las aves. Las pesadas gallináceas levantaron vuelo en tal número que oscurecieron el cielo de la pampa. En un frenesí de picos y púas atacaron a los sicarios. Un nuevo silbido de Aparicio hizo que las aves, sincronizadamente, liberaran sus intestinos. El rocío pestilente humilló a los legionarios en fuga.

Aparicio con tono jactancioso:

Puse en fuga a la canalla,
Astucia mostré con creces,
Masticaron sus reveses,
Y en sus cuerpos desdichados,
Recibieron humillados,
Tupida lluvia de heces.

Entre cuatro liguistas subieron a Carlés a su coche. Estaba tieso, como una estatua amarronada. Por primera vez, su verdadera naturaleza estaba a flor de piel.

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