sábado, 29 de diciembre de 2012

Le Grand Professeur (Espacio exclusivo para historiadores).






El chofer del profesor permaneció en el interior del Citroën negro leyendo una revista. Vio como su pasajero golpeaba la puerta del rancho desvencijado.
-“Monsieur Tramontiná, quiero hablar con usted”.
Aparicio salió restregándose los ojos. Había tenido una pésima noche con los mosquitos y las chinches.
-”Je suis François Furet, l’historien le plus célèbre de la France”, se presentó el forastero.
“No acostumbro a rezibir zelebridade”, lo cortó el payador. La soberbia, sea gringa o vernácula, lo volvía parco y fastidioso.
Antes de que cerrara la puerta del rancho, el visitante se deshizo en una plegaria artificiosa: “¡No se vaya por favog!. Necesito su testimonio, estoy realizando una investigación muy impogtante. Un tgabajo ecuánime, sereno y objetivo. Lo he titulado: ‘Jacobinos en la Pampa. Histoire d’une aberration’”.

Un borbotón de saliva ácida anegó la garganta de Tramontina. “Por esa fraze reconozco a un alma taimada”, dijo.
“¿Qu’est que c’est taimadá?”; se intrigó le Grand Professeur.

Tramontina tomó la guitarra y despachó una estrofa con resabios de Petit Larrousse Illustré:

Sucintamente le digo,
Sin prezizar dizionario,
‘Taimado’ en mi glosario,
A un cabrón perzonifica,
La palabra significa:
Canalla y riazionario.

El payador subió la apuesta, enhebrando un vigoroso repertorio agit-prop.

Con grito crioyo proclamo,
Mal que pese a su inquina,
Mi identidá jacobina,
Afán de igualdá expresa,
Pa’ su conziencia burguesa,
Será siempre una espina.

Inspirado, echó más leña al fuego. El ardor de sus pasiones, a veces, enturbiaba su percepción del pasado:

Las tres divisas empuño,
De la Gran Revolución,
Viva la emanzipazión,
De siervos y jornaleros,
Con sus líderes señeros:
Marat, Robespierre y Verón.

El último verso enfureció a Furet, que lo consideró sacrílego. Para combatir la afrenta desenfundó el laúd occitano que le había regalado su amigo, Le Roi Ladurie, en los festejos del bicentenario. Inyectados de ira girondina, los ojos de le Grand Professeur deformaban el rostro del payador. En él se superponían visajes diabólicos y espectros temidos. En un instante le parecía ver a Albert Soboul; en otro a Georges Lefebvre. Al borde de la paranoia, confundió el mate que cebaba el Rudecindo con un cóctel molotov. Se colocó a resguardo, detrás del ombú, y tarareó su sermón programático, aquel que le granjeó la amistad de los poderosos y la generosidad de las fundaciones norteamericanas:

La revolución francesa,
Tuvo un patrón moderado,
Burdamente trastocado,
Por rabiosos radicales,
Izquierdistas criminales,
Que siempre he condenado.

Envalentonado por la pulcritud de la rima, le Grand Professeur se arremangó la camisa para dirimir a las trompadas el pleito con Tramontina. Avanzó hacia el payador profiriendo alaridos: “¡Fou enragé! ¡Cochon de merde!” El Rudecindo, sin dejar de cebar el mate, le cruzó disimuladamente una pierna. Furet sintió en el rostro el frescor de la gramilla pampeana. -“La Revolución Francesa ha tegminado”, lloriqueaba desconsolado sobre el lecho de tréboles. Tramontina y el Rudecindo lo levantaron. Le emprolijaron la ropa y lo calmaron: “Tranquilo, Monsieur, no somos el Comité de Salvación Publica y este facón no es la guillotina. Tómese un mate antes de irse”. Furet sorbió el verde brebaje con desconfianza, pero se sobrepuso rápidamente. Saludó a Tramontina sin rencores. Con un leve gesto de hastío, el chofer dejó de leer Liberation y abrió la puerta trasera del Citroën. Le Grand Professeur estaba sosegado al emprender la partida.
-“¿Adónde va, profesor?”, le preguntó Tramontina mientras el vehículo se alejaba.
-“A la Sociedad Rural de Bavio. Tengo  que dar una conferencia con Luis Alberto Romero”.
-“Apuesto a que se llama ‘La Republica en peligro’”, acotó Rudecindo mientras cambiaba la yerba del mate.
-“Rudecindo, volvamos p’al rancho que nos está esperando el paisano Sazbón para continuar la partida de chinchón.



domingo, 7 de octubre de 2012

Metálica sinfónica (Sordos ruidos oir se dejan)




El desafinado golpeteo metálico sorprendió a Tramontina. La bulla venía de lejos, pero parecía cada vez más cercana. Se entremezclaba con insultos y gritos desaforados. Era tal el alboroto de cacerolas y sartenes que desencadenó una imprevista estampida de la fauna pampeana. Justo a tiempo, Aparicio cerró la puerta del rancho y evitó la precipitada intromisión de cientos de cuises, liebres y chajás que huían del pajonal. Rudecindo, que tenía dones sobrenaturales para intuir el peligro, alertó a Tramontina antes de huir por la parte trasera del rancho:
- “Cuídese, Aparicio. Son los oligarcas y su desalmada pequeña burguesía”.
Antes de que terminara de procesar la advertencia del peón, la ruidosa multitud ya había rodeado el rancho. La matrona envuelta en estolas de zorro increpó a Tramontina sin que mediara excusa:
-“¡Queremos libertad! ¿O es que no lo entiende, gaucho vago y ordinario? ¡Qué espera para golpear algún artefacto! ¡Aunque sea la pava roñosa con la que ceba ese menjunje inmundo y verdoso!
Inconsciente de que estaba rodeado por rostros hostiles y enseres amenazantes, Aparicio sacó fuerza de su indómito temple:
-“No zoy comedido con los prepotentes ni con las vacas zagradas de la burguezía.
La gorda de las estolas entró en un remolino de cólera:
-“¡Me dijo vaca, el muy sinvergüenza! ¡Más respeto, gaucho menesteroso! Soy Dorotea Essen de Fierro, presidenta del Club Angus y numen de la Sociedad de Beneficencia de Ingeniero Maschwitz”.
La indignación de la matrona platinada le hacía golpear cada vez más fuerte el cucharón sobre la bandeja de plata. De la furia enhebró la copla destemplada:

Dorotea Essen:

La libertad nos sustraen,
Y dólares ahorrados,
Con gestos depravados,
Y medidas fiscalistas,
Nos atacan populistas,
Y soviets de desclasados.

Embriagada en la metálica ordalía, la multitud redobló el frenético batuque. Vaya a saber por qué misterio de los sentidos, Tramontina, al borde del aturdimiento, percibió bajo el tronar de las cacerolas el áureo tintineo de joyas, dijes y pulseras. Pero el embeleco se disipó cruelmente. Un sartenazo en la cabeza trajo al payador a un mundo de sufrimientos. “¡Estamos hartos de la agresión de los demagogos y comunistas!”, vociferó el tribuno de la sartén. Desparramado en el piso, Aparicio logró esquivar el escupitajo republicano de la Dorotea. - “¡Queremos el respeto a las minorías!”, vociferaba preparando otro argumento de espesa saliva.
Es sabido que las fieras acorraladas sacan energías de sus heridas y pesares. Más rabioso que puma chuceado en el lomo, el payador manoteó el facón de su cintura. Que al salir, salga cortando, pensó mientras se incorporaba. El primer faconazo esparció una espiral de gotas rojizas en el suelo. En la primera línea de la estocada, el demócrata de la sartén aulló con voz aflautada mientras tanteaba el estropajo sanguinolento que pendía de su entrepierna. La turba de plutócratas retrocedió al instante, como si se le hubiera aparecido Mandinga desollando a un toro.
-“¡Vengan de a uno, cagones sartenudos!”; insultó Tramontina, tajeando el aire espeso de la cobardía.
-“¡Queremos seguridad!”; repetía un ingeniero canoso mientras abollaba una paellera de cobre.
-“¡Llamen a los gendarmes!”; gritó uno que retrocedía golpeando un caquelón de fondue. “¡Libertad es propiedad!; voceó otro con pinta de rotario.
-“¡Eso, eso. Tradición, familia y propiedad!”; acotó un abogado de rostro cítrico y aliento de sacristía.
De repente, la escena pareció congelarse. Un extraño impasse se interpuso en la confrontación de clases. -“¿Será el tan mentado empate hegemónico?”, masculló en silencio Tramontina. Pero los gritos del Rudecindo lo distrajeron. Venían del fondo de la pampa, eran potentes y precisos como el pampero. El peón y la indiada llegaban al rescate.
-“Traje las tropas de Catriel pa’ defenderlo, don Aparicio. Con más prezizión, es la brigada Tierra y Libertad de Azul”.
Al caer las primeras lanzas, los plutócratas se desbandaron como perdices después de la primera perdigonada. El retroceso fue caótico. Para algunos, un verdadero suplicio. Los indios de Catriel se apiadaron del doctor Aguinis, que había quedado con los pies embotados en una bacinilla de latón y en un jarro de aluminio.
La fuga había dejado un mar de quincallería en el suelo de la pampa. Envuelto en una estola de zorro, Rudecindo recorría displicentemente el campo de batalla apilando la montaña de cacharros.
-“¿Y ahora qué hacemos con todo esto, don Aparicio?”, preguntó.
-“Fundirlo y enviarlo al Quinto Regimiento de Líster”.
-“Eso. No pasarán”.

Aparicio:

El reparto de riqueza,
Aviva odios racistas,
Celos individualistas,
Amontonan riazionarios,
En combos estrafalarios,
De tilingos y fascistas.

Aparicio Tramontina... Un Facón hecho canto

lunes, 30 de julio de 2012

¿El oro de Moscú?.

                                                                                                                           
Los alaridos y la polvareda entraron por la ventana del rancho. Aparicio vio al carretón estrellarse contra el ombú. Milagrosamente ilesos, los hermanos Lysenko salieron del carromato destartalado e intentaron subir al árbol donde se había refugiado el ave.

-“¡Baja, Koba, por favor! ¡Vuelve a casa!”; suplicaban a dúo.
-“¡Basta de barullo, manga de alienaos! ¿Quiénes son ustedes?”; se ofuscó Tramontina.
- “¡Ayúdenos, don Aparicio, por favor!  Hace varios kilómetros que venimos persiguiendo al loro. Se escapó del jaulón el día que Yeltsin privatizó el Circo Nacional de Moscú.
- "¡Un loro barranquero no mereze tanto escándalo! Además, en este pago esa criatura es plaga munizipal".
- ¡No es un simple loro, Aparicio! Es Koba, un héroe nacional, el único loro condecorado en la Unión Soviética. Canta La Internacional en siete idiomas, recita a Mayacovsky en georgiano. Fue mensajero aéreo en la batalla de Stalingrado y arengó, desde el hombro del general Zhúkov, a las tropas del Ejército Rojo en la contraofensiva sobre el Tercer Reich. Los nazis, más de una vez, quisieron matarlo con semillas de girasol envenenadas y papillas con agrotóxicos fabricadas por la Bayer…”
-“¡Basta de zonzeras! ¡Fuera de aquí o ensarto ya mismo al verde plumífero!”

Pero la sorpresa bajó de la copa del ombú:

- “Prr, prr… lo desafío a una payada / y no acepto retirada”; graznó el ave con tono provocador.
Anegado por la ira, Aparicio miró al pajarraco que saltaba de rama en rama. Sospechó una mirada burlona en sus ojos.
-“¡No guitarreo con taimados ni psitácidos!”; le advirtió.
-“Prr, prr… No se anima / Tramontina / Como un zonzo se enoja / el payador cuerda floja”: retrucó socarronamente Koba.

Con mucho esfuerzo, los hermanos Lysenko pudieron frenar a Tramontina cuando, con el facón en los dientes y el corazón en llamas, apoyaba la escalera en el árbol. Tuvieron la buena idea de alcanzarle la guitarra. El payador la recibió con un temporal de rabia en las tripas:

No me provoque, cotorro,
Cierre su pico, pelmazo,
Lo rodiaré con mi lazo,
Y afiziarè su cogote,
dispués le tiro un cascote,
O lo bajo de un hondazo.


El loro de Moscú (con tono apaciguador):

Asilo pido paisano,
Porque en mi tierra hace pista,
Con modales de conquista,
Ambiciosa y embustera,
Una mafia petrolera,
De estirpe capitalista.


Aparicio (reblandecido):

Pido perdón al cotorro,
Víctima desarraigada,
Siempre mi rancho es morada,
Por dezizión prinzipista,
P’al luchador socialista,
Sea loro o camarada.

Milagrosamente, tras un suave planeo, Koba se posó en el hombro de Tramontina. El payador le dio la bienvenida:
-“Esta es su casa, lorenzo. Conozco una lechuzita pampeana bien querendona pa’ usté”.
-“No puedo, paisano. El Komintern me necesita”.

Se fue volando hacia el norte, con el Pampero dándole brío a sus alas.



jueves, 19 de julio de 2012

Muros


                                                                                          

A la distancia, el hombre era apenas una mancha oscura sobre la planicie de Huanguelén. Tras un largo trote, Aparicio logró acercarse a aquel solitario cristiano. El rubio dejó la cuchara y el fratacho sobre una pila de ladrillos y salió a recibirlo.

- “¡Qué suerte que llega, Aparicio! Téngame la plomada”.
- “Nezezita un pión, Don Roger. A eze ritmo va a tardar una eternidá”.
- Estoy trabajando contra reloj. En unos días tengo el concierto y todavía no me han llegado ni las luces”.
- “En el rancho tengo una linterna, por si preziza…"
- “No, Aparicio. Es un show en gran escala: laser, columnas de sonido, marionetas gigantes.
- "¿Y para qué está levantando la paré?"
- "Debe derrumbarse en la última canción. ¿Quiere encargarse de derribarla, empujándola desde atrás?"
- "Ta’ bien. Además, ¿si usté quiere, don Roger?, puedo hacerle el solo de guitarra de “Confortablemente adormecido”.

- "Déjeme pensarlo”, dijo Waters mientras empezaba una nueva hilera de ladrillos.

La pared quedó terminada al atardecer. Aunque fatigados, sentían el alivio de la tarea concluida. Se sentaron a matear sobre unas bolsas de portland que habían sobrado. Con la brisa zumbando levemente sobre los girasoles, Aparicio desgranó unas coplas para la obra.

En este mundo hay muros,
Aunque los niegue el cinismo,
Cercas del liberalismo,
Hechas de inmunda materia,
Son muros de la miseria,
Hijos del capitalismo.

No denuncia el Imperio,
Ni el Occidente rechaza,
Que el apartheid tiene traza,
Con hormigón de cortina,
Sacrifica a Palestina,
En Cisjordania y en Gaza.

Tienen fronteras cerradas,
Los norteamericanos,
Repelen a mejicanos,
De intrusos los clasifican,
Sus cercas eletrifican,
Pero son voltios cristianos.

La noche llegó más cerrada que nunca. Las estrellas habían retraído su tímido fulgor. Con un leve codazo, Aparicio interrumpió el sueño del rubio:
-“Oiga, Don Roger, dendeveras no se ve.
– “¿Qué cosa?”.
- “El lado oscuro de la luna”.

Tramontina rescata la obra de Cósimo Rossobianco, poeta florentino del siglo XIII, cuñado no reconocido de Dante Alighieri.

Apología de un retorno.




Llegó cuando pocos lo esperaban.
Fue como el fulgor de un cometa. Nos iluminó un instante que pareció eterno. Desde ese día supimos que la magia no era otra cosa que voluntad indomable y generosa. Recobramos el entusiasmo que derrochan los pibes al remontar sus barriletes. Los prodigios nos sorprendieron en las esquinas menos pensadas. Muchos de los nuestros vieron al arco iris enredarse por encima de los estadios, crecer lirios en los basurales de la noche y a Lucy desparramando en el cielo diamantes rojos y blancos. En aquellos días, la felicidad era un indicio transmitido por el aroma de los tilos. Andábamos con el asombro a flor de piel y la sonrisa pródiga y confiada. No dudábamos de que David, ahora calvo e implacable, haría morder el polvo a una caterva de goliaths fofos y petulantes. Los más desaforados, incluso, porfiaban en el renacer de las utopías sepultadas.
Sé que la idealización del pasado es una de las trampas de la memoria y que la alegría suele ser madre de la hipérbole. Hecha la salvedad, quisiera confesar un sentimiento compartido, una vivencia que se rebela contra la herrumbre del olvido. Desde que volvió La Bruja, sentimos el mundo un poco más ingrávido y amable.

Cósimo Rossobianco (s. XIII), cuñado no reconocido de Dante Alighieri.

jueves, 12 de enero de 2012

Acertijos de Aparicio Tramontina sobre musica bien criolla








Hubo en la pampa un cuarteto,
de música deslumbrante,
Roberplan jué su cantante,
Yimipei su guitarra,
la pulpería de farra,
gozó su ritmo vibrante.


Canción asombrosa "Kashmir",
deja la mente eztaziada,
su misterioza tonada,
es pa' la vida un consuelo,
mas jué "Escalera al Cielo",
su pieza más celebrada.

Es artifizio impozible,
compararlos con cualquiera,
entiendaló, ni siquiera,
con nuestros grupos castizos,
son flojos Los Fronterizos,
Los Chalcha son de madera.

Como gesto solidario,
mando esta ayuda senzible,
su simbolo más visible,
jué por todos conozido:
vuela invicto y colorido,
su famoso dirigible.

No se me frustre paisano,
que no le dentren las penas,
busque respuestas serenas,
hechas en verso prolijo,
contestemé el acertijo,
si corre sangre en sus venas.




Los conozí en Tapalqué, en el Festival de la Doma de la Mulita en Pelo.