viernes, 20 de junio de 2014


Una diatriba de Cósimo Rossobianco, cuñado no reconocido del Dante.

El payaso ruin.

El payaso ruin no tiene un morrón en la nariz ni zapatones como barcazas. No precisa trapecio ni monociclo, se caería como un oso bufo, es torpe, macizo e indolente; sermonea y miente a sabiendas embutido en su traje a cuadros, cocoliche de kermesse, Lou Costello avinagrado. El payaso ruin  saborea el veneno frente a las cámaras con su inconfundible mirada de culebra. El payaso ruin abdicó de sus creencias de anteayer, sin traumas; en su circo nadie le pide explicaciones. Tiene una daga afilada en la lengua, un micrófono emponzoñado y una claque que festeja sus ocurrencias: ¡regio, qué genio!, cuchichean en las primeras butacas. El payaso ruin profetiza tempestades, no precisa evidencias, le basta con abusar de zánganos y ortibas; bromea, difama, juega con nafta y motosierra. El payaso ruin tiene boca de sentina, insulta, desaforado, bajo un cono de luz trasegada por el humo, como en las oficinas de los detectives corrompidos.

(Fragmento de Il clown malvagio de Cósimo Rossobianco, cuñado no reconocido del Dante).


lunes, 2 de junio de 2014

El Rayo de Austin.



No sospechaban lo que habia detrás de la hilera de casuarinas. El camp parecía la obra de un paisajista francés, el cesped era un impecable manto de terciopelo, los arbustos y las flores habían sido plantados con minuciosa simetría. El embeleco se disolvió cuando, a todo galope, el jinete pasó a poca distancia de los árboles. Parecía flotar sobre el majestuoso pura sangre que iba y venia sobre la pista marcada por banderines amarillos. A lo lejos, un cartel con letras filigranadas identificaba la propiedad: "Haras Las Margaritas".
-"¡Hijunagransiete!, gritó el Rudecindo golpeándose la frente con a palma de la mano..

-"¿Qué le pasa, Rudecindo? ¿Lo ha picao un tábano?".

-"No, don Aparicio. Mire el cartel. Es el establecimiento de Escribano y Polsinguer, eze gringo dueño de los fondos caranchos".

-"¡Qué claze de fondos son ezos?"

-“Especulazión de la pior calaña. El gringo compró por un puñado de patacones toda las pulperías quebradas y ahora le demanda al gobierno los gastos de chupi y juerga de Sarmiento y de la Riestra. Eza sanguijuela pretende poner en caución la Aduana. Ya embargó la casa del sanjuanino con higuera y todo”.

Tramontina tomó su guitarra:


No me eztraña de Sarmiento,
Ezos rumores zabía,
Si hasta en la escuela leía,
estampado en el pupitre,
Que a la sobrina de Mitre,
Se la llevaba de orgía.

-“Eza rima es de alto voltaje, Don Aparicio”.

Tramontina, indiferente al comentario del peón, se agachó para cruzar el alambrado:

-“Vamos, Rudecindo. Dentremos a este reino de la abundanzia ajena.

Mientras caminaba, la mirada de Rudecindo no se despegaba del jinete. De pronto, lanzó un alarido desde las entrañas:

-“¡Cosa ‘e Mandinga! ¡Es el Rayo de Austin! ¡Es el Rayo de Austin!”

- “¡Sofréneze, de una vez! ¡Eze tábano lo ha enajenao!"

El peón no podía contener la catarata de palabras.

-“¡Milagro en la pampa!”, gritaba como si hubiera visto a Mahoma montado en un camello. “¿No se da cuenta, don Aparicio? ¡Es el Rayo de Austin, el jockey más veloz del mundo! Ganó las carreras más importantes de Gringolandia: el Derby de Cincinnati, sobre una pista nevada, más refalosa que cueva de anguila. Triunfó en las 24 horas de Daytona, con el pingo finao a dos metros de cruzada la meta”.

Tramontina no aguantó y se fue de boca: -“¡Pero quién carajo es este crestiano!”

-“¡Cómo que no lo conoce!”; le reprochó el peón.“¡Es Malcolm Chazo, el jinete del viento!”

El jockey dio un respiro al pingo y se acercó a los intrusos. Era menudo, tenía botas largas y oscuras y una casaca plateada. Como un peregrino, Rudecindo se arrodilló frente al pura sangre. Tramontina, furioso, lo levantó del pañuelo que rodeaba su cuello: ¡Deje de hazer pavadas, Rudecindo. Usté no es felpudo de naides!”

Malcolm Chazo tenía la mirada marchita: -“No todo lo que brilla es oro”, suspiró. Descolgó el banjo que tenía cruzado en la espalda y liberó sus cuitas.

Tuve una infancia muy triste,
Tengo en el alma un aujero,
mi madre en gesto severo,
Quizás pa’ darme escarmiento,
Luego de mi nacimiento,
Huyó con el enfermero.

Tramontina lo ayudó a bajar del caballo. El Rayo de Austin era leve como una hoja de trébol.

-“¿Qué le anda pasando Malcon?”.

-“Tienen secuestrada a Janis, mi prometida. Debo pagarles el botín con todas las carreras que gane hasta el fin de mi vida. Singer y Escribano son insaciables”.

Sin que mediaran palabras, Tramontina y Rudecindo corrieron hacia la parte posterior del enorme granero. La madera crujió a la tercera patada. Ingresaron arrastrándose por un pequeño hueco. Rudecindo se precipitó sobre las largas bolsas de yute que yacían en el suelo. Como un alma poseída, empezó a descocerlas a navajazo limpio. -“Mire, don Aparicio, estas ratas yoran mizeria y tienen toneladas de soja enzilada”.

Tramontina perdió la paciencia al ver al peón hundido hasta la cintura en un mar de porotos: -“¡Deje ezo y busquemos a la china!”, gritó.

El granero era un laberinto lleno de obstáculos. Caminaron entre las bolsas de trigo retenido; treparon por los armarios que guardaban las boletas de la subfacturación; esquivaron las cajoneras con los certificados fraguados de triangulación, tropezaron con los catres hediondos de los peones indocumentados, se abrieron paso entre los cilindros de plaguicida para las fumigaciones aéreas… Agotados, se sentaron un momento para cambiar el aire.

-“Chist… acá arriba”; los sorprendió un hilo de voz.

La mujer rubia, de cabello ensortijado, estaba atada en un cobertizo elevado, rodeada de fardos de heno. Era Janis. Tramontina la desató y la ayudó a bajar al suelo. -“Vamos, china. Malcolm la está esperando”. La joven pidió que la dejaran sola un instante. El payador y su peón corrieron a darle la buena nueva al jockey. Lo encontraron cepillando al pura sangre.

-“¡Vamos, alégrese Rayo! ¡La hemos encontrado!”.

Pero la sonrisa de Malcolm Chazo se desvaneció rápidamente. La muchacha escapaba raudamente cruzando el trigal. Vio la rubia cabellera meciéndose al compás del bamboleo de las espigas. Fue la última imagen que tuvo de ella. Las brumas del atardecer cobijaban a Janis Joplin.