lunes, 4 de agosto de 2014

El hedor que cayó del cielo.

El hedor que cayó del cielo.




Merodeaba en círculos sobre el rancho de Tramontina. La silueta oscura apenas se distinguía de los nubarrones que anunciaban la tormenta. El payador pensó que era un carancho y le restó importancia al asunto. Pero la tremenda explosión lo despabiló. El disparo, seguido por una estela de humo, convirtió a la cina cina en una bola de fuego. Tramontina y el Rudecindo se escabulleron en los matas de paja brava. -“Mandinga acecha en el cielo, ¡caracho!”; comentó mientras se ponía a resguardo.

El Rudecindo dio la voz de alerta: -“Pior, don Aparicio. ¡E’ un dron!”.

-“Un don del Maligno querrá dezir…”

-“¡Un dron!”, aulló desesperado. “V.A.N.T., vehículo aéreo no tripulado. ¿Entiende ahora?”. Pero no pudo completar la explicación. Un oportuno empujón de Tramontina evitó que el segundo bombazo lo transformara en un puñado de ceniza telúrica.

El altavoz de la máquina voladora emitió la amenaza:

-“La Sociedad Rural ordena que abandonen la tierra. Desde hoy, este predio pertenece a Expo-Agro. Son usurpadores de propiedad privada”.



-“¡Acá no se rinde naides y, menos, ante una cacatúa de hojalata!”; desafió Tramontina”.

Con su guitarra rubricó el acto de guerra:



No me asusta el ultimátum

Que nos mandan estos drones

Yo conozco a sus patrones,

Angurrientos y fulleros,

De los piones son negreros,

De la tierra son ladrones.



-“¡Bravo! ¡Azí se habla don Aparicio!”; se entusiasmó el Rudecindo revoleando el chambergo por el aire.

-“¡Agachezé, marmota!”; le gritó Tramontina antes de que el tercer misil lo redujera a abono de la gramilla pampeana.



Tramontina asumió actitud de combate y ordenó a su peón: -“Vaya, compañero, traigamé la GAP 7/5”.

Rudecindo lo miró perplejo y mudo.

-“La Gomera de Alta Prezizión. Rápido, está colgada al lado del retrato de la Ulogia.

El diligente amigo volvió arrastrándose entre el pajonal. Traía el encargo colgado del cuello. Tramontina se enterneció al tocar la delicada horqueta de tala; era tersa como la piel de su amada ausente. Las cuerdas de goma estaban intactas, a pesar de los años transcurridos desde que se la obsequiaron en un arsenal clandestino del MIR chileno. Rudecindo lo sacó del trance melancólico alcanzándole la piedra. “¡Vamos! ¡Apunte que ahí viene ese murziélago dezalmao!”.

El hondazo describió una curva ascendente e impactó en un ala del bicharraco. El dron perdió altura emitiendo un ronroneo entrecortado. Los saltos de algarabía del Rudecindo espantaron a las vizcachas de los alrededores. -“¡Quedezé quieto, canejo, que entuavía güela!”; lo reprendió Tramontina. Luego, rodilla en tierra, lanzó el segundo hondazo. Esta vez abrió el vientre del artefacto. Una cascada de chisporroteos y pedazos de carcasa acompañaron su vuelo errático. Luego cayó en picada, como un pato barcino fulminado por la perdigonada.

Rudecindo dio el parte de guerra:

Con prezizión vietnamita,

Y una gomera mirista,

Zin radar que nos azista,

Pero con pulso indomable,

Tumbamos al indeseable,

Adefezio imperialista.

Corrieron hacia el lugar del siniestro guiándose por la humareda y por el hedor repugnante que emanaba del pajonal. Al acercarse, encontraron una pieza de fuselaje en la que estaba estampada la palabra Arkham. El resto de la nave despedazada estaba incrustada en un gran túmulo de bosta vacuna. El hallazgo hizo sonreír al Rudecindo. -“No ze ría, paisano. Es el retorno a los orígenes”; lo aleccionó Tramontina.

Emprendieron el regreso con la sensación aliviadora del deber cumplido. Sin embargo, apenas dieron los primeros pasos, los paralizó una voz metálica que provenía de la chatarra embostada. “Próxima misión: Gaza”; repetía antes de que la implacable bota del Rudecindo la hundiera en la inmundicia.

miércoles, 16 de julio de 2014

Festejos.

El tipo tenía un pañuelo con cuatro nudos en la cabeza y soplaba un cornetín estridente. “¡Deutschland, Deutschland!”; gritaba envuelto en la bandera alemana.

Poseído por la furia, Rudecindo lo encaró con el rebenque en la mano. Por suerte, Tramontina lo sofrenó a tiempo.
-“Voy a callar a eze pastenaca, don Aparicio”.
-“Dejeló fanfarronear. No ve que es Max Weber”.
-“¿y quién es eze crestiano?
-“El Marx de la burguesía”.
Rudecindo, cual sudestada de odio, estalló al oír esas palabras. Tramontina lo tuvo que derribar con mucho esfuerzo, antes de que resolviera el pleito a rebencazos.
-“¡No sea chambón! Nos va a querellar la Azociazión Internacional de Soziología. Escuchémoslo, a ver que dize”.

Como un desaforado, Weber empezó a cantar agitando la camiseta del Borussia Dortmund:

Desde la ciencia proclamo,
A mi Alemania triunfante,
Impuso un juego brillante,
Sobre la raza latina,
Ha vencido a la Argentina
Con ética protestante.


Rudecindo lo corrió con el facón envuelto en el poncho. Pero, ya era tarde.  Weber se había perdido en medio de la multitud. Mascullando resentimiento y con lágrimas de impotencia, alcanzó a gritarle: -“¡Aprenda de Bourdieu, teutón enzoberbezido!”. Tramontina lo consoló con dos palmadas en la espalda: “Dejeló que grite, Rudecindo. En nuestro fobal, Sabella y nozotros tenemos otra escuela: la Escuela de Frankfurt”.

viernes, 20 de junio de 2014


Una diatriba de Cósimo Rossobianco, cuñado no reconocido del Dante.

El payaso ruin.

El payaso ruin no tiene un morrón en la nariz ni zapatones como barcazas. No precisa trapecio ni monociclo, se caería como un oso bufo, es torpe, macizo e indolente; sermonea y miente a sabiendas embutido en su traje a cuadros, cocoliche de kermesse, Lou Costello avinagrado. El payaso ruin  saborea el veneno frente a las cámaras con su inconfundible mirada de culebra. El payaso ruin abdicó de sus creencias de anteayer, sin traumas; en su circo nadie le pide explicaciones. Tiene una daga afilada en la lengua, un micrófono emponzoñado y una claque que festeja sus ocurrencias: ¡regio, qué genio!, cuchichean en las primeras butacas. El payaso ruin profetiza tempestades, no precisa evidencias, le basta con abusar de zánganos y ortibas; bromea, difama, juega con nafta y motosierra. El payaso ruin tiene boca de sentina, insulta, desaforado, bajo un cono de luz trasegada por el humo, como en las oficinas de los detectives corrompidos.

(Fragmento de Il clown malvagio de Cósimo Rossobianco, cuñado no reconocido del Dante).


lunes, 2 de junio de 2014

El Rayo de Austin.



No sospechaban lo que habia detrás de la hilera de casuarinas. El camp parecía la obra de un paisajista francés, el cesped era un impecable manto de terciopelo, los arbustos y las flores habían sido plantados con minuciosa simetría. El embeleco se disolvió cuando, a todo galope, el jinete pasó a poca distancia de los árboles. Parecía flotar sobre el majestuoso pura sangre que iba y venia sobre la pista marcada por banderines amarillos. A lo lejos, un cartel con letras filigranadas identificaba la propiedad: "Haras Las Margaritas".
-"¡Hijunagransiete!, gritó el Rudecindo golpeándose la frente con a palma de la mano..

-"¿Qué le pasa, Rudecindo? ¿Lo ha picao un tábano?".

-"No, don Aparicio. Mire el cartel. Es el establecimiento de Escribano y Polsinguer, eze gringo dueño de los fondos caranchos".

-"¡Qué claze de fondos son ezos?"

-“Especulazión de la pior calaña. El gringo compró por un puñado de patacones toda las pulperías quebradas y ahora le demanda al gobierno los gastos de chupi y juerga de Sarmiento y de la Riestra. Eza sanguijuela pretende poner en caución la Aduana. Ya embargó la casa del sanjuanino con higuera y todo”.

Tramontina tomó su guitarra:


No me eztraña de Sarmiento,
Ezos rumores zabía,
Si hasta en la escuela leía,
estampado en el pupitre,
Que a la sobrina de Mitre,
Se la llevaba de orgía.

-“Eza rima es de alto voltaje, Don Aparicio”.

Tramontina, indiferente al comentario del peón, se agachó para cruzar el alambrado:

-“Vamos, Rudecindo. Dentremos a este reino de la abundanzia ajena.

Mientras caminaba, la mirada de Rudecindo no se despegaba del jinete. De pronto, lanzó un alarido desde las entrañas:

-“¡Cosa ‘e Mandinga! ¡Es el Rayo de Austin! ¡Es el Rayo de Austin!”

- “¡Sofréneze, de una vez! ¡Eze tábano lo ha enajenao!"

El peón no podía contener la catarata de palabras.

-“¡Milagro en la pampa!”, gritaba como si hubiera visto a Mahoma montado en un camello. “¿No se da cuenta, don Aparicio? ¡Es el Rayo de Austin, el jockey más veloz del mundo! Ganó las carreras más importantes de Gringolandia: el Derby de Cincinnati, sobre una pista nevada, más refalosa que cueva de anguila. Triunfó en las 24 horas de Daytona, con el pingo finao a dos metros de cruzada la meta”.

Tramontina no aguantó y se fue de boca: -“¡Pero quién carajo es este crestiano!”

-“¡Cómo que no lo conoce!”; le reprochó el peón.“¡Es Malcolm Chazo, el jinete del viento!”

El jockey dio un respiro al pingo y se acercó a los intrusos. Era menudo, tenía botas largas y oscuras y una casaca plateada. Como un peregrino, Rudecindo se arrodilló frente al pura sangre. Tramontina, furioso, lo levantó del pañuelo que rodeaba su cuello: ¡Deje de hazer pavadas, Rudecindo. Usté no es felpudo de naides!”

Malcolm Chazo tenía la mirada marchita: -“No todo lo que brilla es oro”, suspiró. Descolgó el banjo que tenía cruzado en la espalda y liberó sus cuitas.

Tuve una infancia muy triste,
Tengo en el alma un aujero,
mi madre en gesto severo,
Quizás pa’ darme escarmiento,
Luego de mi nacimiento,
Huyó con el enfermero.

Tramontina lo ayudó a bajar del caballo. El Rayo de Austin era leve como una hoja de trébol.

-“¿Qué le anda pasando Malcon?”.

-“Tienen secuestrada a Janis, mi prometida. Debo pagarles el botín con todas las carreras que gane hasta el fin de mi vida. Singer y Escribano son insaciables”.

Sin que mediaran palabras, Tramontina y Rudecindo corrieron hacia la parte posterior del enorme granero. La madera crujió a la tercera patada. Ingresaron arrastrándose por un pequeño hueco. Rudecindo se precipitó sobre las largas bolsas de yute que yacían en el suelo. Como un alma poseída, empezó a descocerlas a navajazo limpio. -“Mire, don Aparicio, estas ratas yoran mizeria y tienen toneladas de soja enzilada”.

Tramontina perdió la paciencia al ver al peón hundido hasta la cintura en un mar de porotos: -“¡Deje ezo y busquemos a la china!”, gritó.

El granero era un laberinto lleno de obstáculos. Caminaron entre las bolsas de trigo retenido; treparon por los armarios que guardaban las boletas de la subfacturación; esquivaron las cajoneras con los certificados fraguados de triangulación, tropezaron con los catres hediondos de los peones indocumentados, se abrieron paso entre los cilindros de plaguicida para las fumigaciones aéreas… Agotados, se sentaron un momento para cambiar el aire.

-“Chist… acá arriba”; los sorprendió un hilo de voz.

La mujer rubia, de cabello ensortijado, estaba atada en un cobertizo elevado, rodeada de fardos de heno. Era Janis. Tramontina la desató y la ayudó a bajar al suelo. -“Vamos, china. Malcolm la está esperando”. La joven pidió que la dejaran sola un instante. El payador y su peón corrieron a darle la buena nueva al jockey. Lo encontraron cepillando al pura sangre.

-“¡Vamos, alégrese Rayo! ¡La hemos encontrado!”.

Pero la sonrisa de Malcolm Chazo se desvaneció rápidamente. La muchacha escapaba raudamente cruzando el trigal. Vio la rubia cabellera meciéndose al compás del bamboleo de las espigas. Fue la última imagen que tuvo de ella. Las brumas del atardecer cobijaban a Janis Joplin.


jueves, 24 de abril de 2014

Una triste noche sin luna


Don Aparicio, Don Aparicio!”

La voz achacosa sobresaltó a Tramontina. El caminante avanzaba a tientas en la noche sin luna. El payador lo recibió en la puerta del rancho. El viejo respiraba fatigado; tenía la ropa enmohecida y las botas cubiertas de fango.
-“¿Qué hace caminando en la penumbra, coronel?”
-“Estoy buscando a un amigo. He preguntado a todo el mundo en el pueblo y nadie lo ha visto ¡Cómo si se lo hubiera tragado la tierra! Empecé a caminar por la llanura sin fin y me extravié. Cuando vi la ciénaga, pensé que estaba cerca de su aldea natal; pero fue en vano. Ayúdeme, Aparicio”.
-“Se ha equivocao, mi amigo. Lo que vio no es la ciénaga. Son los cangrejales de la desembocadura del Salado. Venga, pase”.
La ginebra retempló el ánimo del coronel.
-“Hágame un favor, Aparicio. Lléveme a la estafeta más cercana. Estoy esperando una correspondencia muy importante”.
Tramontina volvió a desvanecerle las ilusiones:
-“No tenemos estafeta. Hace muchos años, el taimado de Juárez Célman la clausuró alegando que daba pérdidas y que el Estado era mal administrador”.
-“Los conservadores son desalmados en todas partes”; se resignó el coronel.
La mirada de Tramontina se ensombreció, también sus palabras:
-“Ademaj, la pampa no tiene quién le escriba”.
El coronel se fue con los primeros resplandores del alba. Antes de perderse en el
horizonte, Tramontina lo vio revolear el bastón espantando a los teros que merodeaban
a su alrededor. Dudó si no había sido cruel por no revelarle la amarga noticia: que el Gabo se había ido para siempre de este mundo de patriarcas infames y de hojarasca.

martes, 11 de febrero de 2014

El día que Tramontina no pudo payar por un fuerte dolor en la cintura que le fue curado por un asombroso doctor chino.



Los dolores de cintura atormentaban a Tramontina desde hacía varias semanas. Desenfundar el facón se había vuelto un suplicio. Rudecindo, amigo y peón, lo convenció de consultar al doctor Chin Kien Son, experto en medicina natural. Chin se había refugiado en los hontanares de la pampa desde que huyó de su país, perseguido por las tropas del malvado general Chiang Kai Shrek, a quien apodaban el ogro. El doctor Chin era un humanista comprometido con su tiempo; en épocas difíciles y lejanas participó, junto a Sun Yat sen, del Movimiento 11 de Marzo, que luchaba contra la corrupta dinastía manchú. Sun y Chin fueron precursores del Marzismo en China. La historia, con sus ráfagas impredecibles, le impuso un derrotero de trashumancia. Viejo y un poco estropeado, vivía en un monte de caldenes en Cuchillo-Có, aldea donde Mandinga lamentaba haber perdido su poncho más vistoso.

Tramontina padeció la travesía como un martirio. Espinillos y abrojos le flagelaron el cuerpo, las conversaciones del Rudecindo los oídos. Cerca de su meta, pasaron frente a las ruinas de la pulpería “La Aguada”, antigua posta de trueque con la indiada. La verborragia del Rudecindo no tenía sosiego. - “¿Zabe, don Aparicio? Aquí se tirotearon los zélebres bandidos Butch Cassidy y Sundance Kid”.
-“Me imagino, la polezía los perzeguía sin piedá”; contestó Tramontina.
-“No, don Aparicio. Se tirotearon con el pulpero, el Ataliva Coto, remarcador serial de los prezios de la yerba y de la gayeta e’ campo, es decir, de aquí.
-“¡Hijunagransiete! ¡La paisanada dibió boicotear ese boliche!”
-“Ademá, naides tendría que comprarle las mercanzías a eza alimaña”; acotó el peón.

Tramontina perdió la paciencia: -“¡Basta, Rudecindo! ¡Sofrene esa verba redundante y desbocada!”
El peón cabalgó en silencio el resto del viaje. De vez en cuando, deslizaba furtivamente su mirada hacia el bajo vientre, preocupado por vaya a saber qué aflicción.
La cercanía del bosque de caldenes animó a los viajeros. El follaje de aquel intrincado laberinto atemperaba el azote de la resolana. El rancho del doctor Chin Kien Son estaba en la zona más impenetrable del monte. Rudecindo, que recuperó el habla, golpeó en la puerta:
-“Dotor Chin. Traigo  un paziente pa’ que lo cure con sus yerbas mágicas”.

El médico salió a recibirlos. Se bajó el barbijo y los invitó a pasar. El olor a alcanfor inundaba la modesta vivienda. Los estantes estaban atiborrados de frascos con hierbas, polvos y otras sustancias desconocidas. Aparicio contempló el laúd chino colgado de la pared.
-“Es mi liu chin; ha sobrevivido a todos los viajes”; comentó el doctor.  
La música, otra de las pasiones del anciano, le había permitido ganarse la vida en los años de acelgas flacas (el doctor era vegetariano). Solía presentarse en las pulperías del oeste con un repertorio de valses y milongas, acompañado por el veterano bandoneonista Atilio Borra. Pero las cosas no marcharon bien y el dúo Borra-Chin se disolvió después de una discutida partida de truco, a la sombra del tanque de agua de la Estación de Salliqueló.

Chin Kien Son ofrendó a Tramontina una copla en la que la filosofía tradicional se reconciliaba con el racionalismo. Era parte de la terapéutica.

La medicina natural,
Requiere sapiencia fina,
Achicoria y trementina,
Reconfortan al instante,
Mas si el daño es importante,
Inyecto penicilina.

La modestia del Doctor Chin velaba las proezas de su vida. A mediados de los años treinta se había sumado a La Larga Marcha del Ejército Rojo chino. Recorrió miles de kilómetros hasta llegar a Shaanxi, en el norte, y reunirse con las tropas de Mao. Organizó los hospitales de campaña y los dispensarios para las transfusiones de sangre. En las treguas que ofrecía la guerra revolucionaria, arengaba a las milicias con coplas voluntaristas, acompañado por un coro de más de treinta voces, al que el doctor llamó Los 33 Orientales. Una de aquellas coplas enseñaba:

La Revolución ha de ser,
Estrategia bien pensada,
A la nobleza saciada,
Hay que expropiarle la tierra,
Y organizar una guerra,
Popular y prolongada.

Tramontina, doblado por el dolor, se desmoronó en el catre de curación. Mientras le frotaba la espalda con aceites de romero y lavanda, Chin lo ilustraba sobre el sacrificio del médico de campaña:

La Larga Marcha, paisano,
Trajo un suplicio por milla,
Pero en mi tienda sencilla,
Sané hombres y caballos,
A Mao curé los callos,
Y a Chu En Lai la culebrilla.


Tramontina estaba profundamente dormido cuando Chin le aplicó la cataplasma de ajo en la cintura. Despertó, aliviado, un día después. Rudecindo lo esperaba fuera del rancho con el zaino preparado. Se despidieron del doctor con un largo abrazo. Nunca
más volvieron a verlo. En las pulperías, los paisanos pasados de caña decían que Mandinga lo andaba buscando en aquel laberinto de caldenes y que, tarde o temprano,lo encontraría.
-“No se preocupe, Rudecindo. El dotor lo va a estar esperando, sereno, confiado en su
arzenal botánico”.
Rudencindo redobló la apuesta:

-“Y con el poncho del Maligno puesto”.


viernes, 24 de enero de 2014

La carabela.




Aunque era un inexperto en la materia, Aparicio fue de pesca al Arroyo Zapata. El calor agobiante de la mañana era propicio para atrapar palometas. Conocía la ferocidad de dichas criaturas; en varias oportunidades le mordieron los nudillos de las manos mientras lavaba sus medias en el triste caudal. Había compuesto una copla, por pedido del sindicato de pescadores de la laguna de Pila, para advertir a los incautos. Con el fin de acentuar el espíritu didáctico, la denominó: “Paisano, tenga mano con la serrasalmus marginatus, sobre todo en los días calurosos y sin viento”. Pero como la extensión del título superaba a la del poema, la redujo a “Vade retro serrasalmus”. Así la cantó esa mañana:




Peligrosas son las bichas,

Yendo en cardumen o solas,

Arremolinan las olas,

En sus feroces bravatas

Te garronean las patas,

O pior, te muerden las bo...



-´¡Heeey, heey! ¡A ti te hablo, indiano!”; lo interrumpió un grito desaforado.

Tramontina no podía creer lo que veía. La enorme carabela se desplazaba cautelosamente por el traicionero arroyo. Las largas travesías le habían abierto algunas grietas en el casco de tablones de roble. Sin embargo, los tres mástiles se mantenían imperturbables. Las velas latinas reposaban lánguidamente, apenas rozadas por la débil brisa. El amenazante castillo de popa contaba con cuatro culebrinas dispuestas en posición de combate. La inscripción HERALDO DE CRISTO atravesaba con orgullo la superficie de la eslora. Otras, más pequeñas y borrosas, apenas se asomaban de la línea de flotación. Habían sido rasgadas por espíritus resentidos: El Rey Fernando es tragasables, ¡Devuelvan Granada, chorros!, Arriba el Athletic, Lávame, sucio y otras por el estilo. La chusma de los puertos era incorregible.

El capitán, enfundado en su armadura, gesticulaba desesperadamente en la proa para atraer la atención de Tramontina. Sus gritos llegaron a la orilla:

El capitán:

Suelo los mares surcar,

Vengo de solar hispano,

El noble suelo cristiano,

Sólo proezas enciende,

A ver si pronto lo entiende,

¡Solís es mi nombre, paisano!



El Piloto Mayor de Castilla perdió la paciencia ante la indiferencia del pescador: -“¡Oiga, nativo insolente! ¿Dónde coño está el Mar Dulce?”.

Tramontina desenganchó la palometa del anzuelo y la introdujo cuidadosamente en el balde; no quería perder un dedo en la maniobra. Vio la ira fermentando en los ojos de Solís, tomó la guitarra y dijo:

Con solo verlo imagino,

Ha de ser opa el paisano,

Tan abrigao en verano,

Su zerebro tiene frito,

No conoze este distrito,

Dentró usté a contramano.



El cañonazo hizo un fiordo en la orilla del Zapata. El cataclismo dejó a Tramontina colgado de un barranco de reciente formación. Su corazón se embriagó de odio anti hispánico. Motivos no le faltaban. La tremenda explosión había volcado el balde y la palometa capturada se había sumergido en el arroyo. Tramontina intuyó una mueca de burla en la mirada de la bicha antes de desaparecer en las aguas. Pero el temblor del segundo cañonazo lo hizo caer al agua. Solís ordenó a sus secuaces atraparlo: “¡Cogedle de una vez!”; gritó a la tripulación.

Inquieto por las consecuencias de la orden, Tramontina chapoteó en el lodazal y ganó la otra orilla escurriéndose entre los cardales.

“¡A estribor, imbéciles!”; aulló Solís con la intención de capturar al fugitivo. La maniobra fue insensata, fatal. El navío se inclinó peligrosamente, los mástiles se tambalearon y las maderas crujieron. Había encallado.

En tierra firme, Tramontina fue socorrido por una partida de indios charrúas y guaraníes que venían observando sigilosamente el recorrido de la embarcación. Pronto manifestaron sus intenciones:

Un banquete delicioso,

Daremos a este cruzado,

Con ajo recién picado,

Sal, perejil y tomillo,

En un caldero sencillo,

Solís será cocinado.



Desde lejos, Tramontina vio el humo elevándose sobre el campamento. Despedía una agradable fragancia a tomillo.

domingo, 12 de enero de 2014

Alma encarnada

Eventos extraordinarios interrumpían los pequeños menesteres de Tramontina. Un hecho memorable le ocurrió cerca del Samborombón, mientras cortaba cañas para armar un almácigo. Tenía decidido plantar tomillo y una variedad de perejil gigante, muy aromático, que recibió de un indio errante llamado Kerouac o algo parecido. En plena tarea, lo paralizó una voz oculta en el pajonal.


-“Dibiera pidir pirmiso pa esa tala clandestina”; lo reprendió.

Al darse vuelta, el payador quedó fulminado por la sorpresa. Debió manotear las ramas de un espinillo para no caerse desmayado. Frente a él, los ojos rojos del tero lo miraban con gesto imperativo.



-“¡Mandinga!”; gritó Tramontina buscando el facón en la cintura. Lo soltó al instante, las espinas le taladran la palma de la mano.

El plumífero alardeó mostrando las púas anaranjadas asomándole, amenazantes, debajo de las alas.

-“Lo he agarrao infraganti, con las manos en la masa, digo… en las cañas”.



Tramontina reculó pidiendo disculpas -“No quize ofender, terenzio”.

Inesperadamente, la voz del tero se tornió cordial:

-“Está disculpao, paisano. Veo que lo suyo es agricultura familiar. ¿Zabe lo que paza? Estoy en alerta permanente. Los sojeros avanzan sin piedá. Ya no nos queda un mísero palmo e’ tierra p’ armar el nido, ¡caracho!”.



El asombroso encuentro hacía tartamudear a Tramontina: -“Di…gamé, te…renzio, ¿quien le dio el don del habla?”.



El tero agachó la mirada. “Zoy un alma encarnada, paisano. No tengo zoziego. Recorro épocas y cuerpos, como polen arrastrado por los vientos. Vengo de una tierra lejana asolada por zares, cosacos y otros parásitos...”

La emoción hacía galopar el corazón de Tramontina: - “No me diga que usté estuvo…”.

-“Sí, mi amigo… en aquel Octubre glorioso”; susurró el tero enfundando las púas anaranjadas.

Tramontina corrió a abrazarlo: -“¡Vladimir! ¡Diez días que conmovieron al mundo!”

-“No se entuziasme, camarada. Mi conzienzia está condenada a vagar en un tranze infinito. Juí pescador en el Ganges, minero en California, sodero en Tapalqué… Y míreme ahora, un tero del Samborombón”.



El Aparicio le sacó chispas a la guitarra:



Vamos por reforma agraria,

Koljoz y cooperativa,

Con renovada inventiva,

Dentro del Zoviet, paisano,

Toda la pampa y el grano,

Será granja coletiva.



El tero Vladimir:



Atraer al campezino,

Será mizión conflitiva,

Con atitud persuasiva,

Y por un tiempo acotado,

Daremos chanze al mercado,

La N.E.P. es alternativa.



Tramontina masculló la respuesta. Algo de aquel consejo no terminaba de convencerlo. Buscó la copla adecuada para expresarlo.



No comprendo eze camino,

Me pareze equivocado,

Si damos chanze al mercado,

Renace el capitalismo,

Se lo alvierto ya mismo:

Bujarin es moderado.



Vladimir morigeró la irritación y contestó con acento didáctico:



Es enzeñanza zenzata,

dudar del ultraizquierdismo,

Su pretenzión de purismo,

Siempre zectaria y pueril,

Es enfermedá infantil,

Que padeze el comunismo.



Aparicio sintió el filo de la estocada; no pudo enhebrar una respuesta. Caminó hacia el rio; se detuvo al ver su rostro apesadumbrado desdibujarse en el remanso de las aguas. Pero los graznidos de la bandada lo sacaron de sus cavilaciones. Sobrevolaban en círculo, a gran altura, sobre la orilla del río. Parecían esperar a un compañero de viaje. Tramontina no se sorprendió cuando Vladimir abrió sus alas y se sumó a la bandada. Se fueron remontando el Samborombón como una patrulla perdida. La voz de Vladimir se escuchaba, tranquilizadora, a la distancia:

-“No se me venga abajo, paisano. No hay que arrimarle juerzas al enemigo”.

El vuelo de las aves se difuminaba en el horizonte. Como un punto insignificante y borroso, un integrante de la bandada se separó del resto. Volaba hacia el océano.