lunes, 4 de agosto de 2014

El hedor que cayó del cielo.

El hedor que cayó del cielo.




Merodeaba en círculos sobre el rancho de Tramontina. La silueta oscura apenas se distinguía de los nubarrones que anunciaban la tormenta. El payador pensó que era un carancho y le restó importancia al asunto. Pero la tremenda explosión lo despabiló. El disparo, seguido por una estela de humo, convirtió a la cina cina en una bola de fuego. Tramontina y el Rudecindo se escabulleron en los matas de paja brava. -“Mandinga acecha en el cielo, ¡caracho!”; comentó mientras se ponía a resguardo.

El Rudecindo dio la voz de alerta: -“Pior, don Aparicio. ¡E’ un dron!”.

-“Un don del Maligno querrá dezir…”

-“¡Un dron!”, aulló desesperado. “V.A.N.T., vehículo aéreo no tripulado. ¿Entiende ahora?”. Pero no pudo completar la explicación. Un oportuno empujón de Tramontina evitó que el segundo bombazo lo transformara en un puñado de ceniza telúrica.

El altavoz de la máquina voladora emitió la amenaza:

-“La Sociedad Rural ordena que abandonen la tierra. Desde hoy, este predio pertenece a Expo-Agro. Son usurpadores de propiedad privada”.



-“¡Acá no se rinde naides y, menos, ante una cacatúa de hojalata!”; desafió Tramontina”.

Con su guitarra rubricó el acto de guerra:



No me asusta el ultimátum

Que nos mandan estos drones

Yo conozco a sus patrones,

Angurrientos y fulleros,

De los piones son negreros,

De la tierra son ladrones.



-“¡Bravo! ¡Azí se habla don Aparicio!”; se entusiasmó el Rudecindo revoleando el chambergo por el aire.

-“¡Agachezé, marmota!”; le gritó Tramontina antes de que el tercer misil lo redujera a abono de la gramilla pampeana.



Tramontina asumió actitud de combate y ordenó a su peón: -“Vaya, compañero, traigamé la GAP 7/5”.

Rudecindo lo miró perplejo y mudo.

-“La Gomera de Alta Prezizión. Rápido, está colgada al lado del retrato de la Ulogia.

El diligente amigo volvió arrastrándose entre el pajonal. Traía el encargo colgado del cuello. Tramontina se enterneció al tocar la delicada horqueta de tala; era tersa como la piel de su amada ausente. Las cuerdas de goma estaban intactas, a pesar de los años transcurridos desde que se la obsequiaron en un arsenal clandestino del MIR chileno. Rudecindo lo sacó del trance melancólico alcanzándole la piedra. “¡Vamos! ¡Apunte que ahí viene ese murziélago dezalmao!”.

El hondazo describió una curva ascendente e impactó en un ala del bicharraco. El dron perdió altura emitiendo un ronroneo entrecortado. Los saltos de algarabía del Rudecindo espantaron a las vizcachas de los alrededores. -“¡Quedezé quieto, canejo, que entuavía güela!”; lo reprendió Tramontina. Luego, rodilla en tierra, lanzó el segundo hondazo. Esta vez abrió el vientre del artefacto. Una cascada de chisporroteos y pedazos de carcasa acompañaron su vuelo errático. Luego cayó en picada, como un pato barcino fulminado por la perdigonada.

Rudecindo dio el parte de guerra:

Con prezizión vietnamita,

Y una gomera mirista,

Zin radar que nos azista,

Pero con pulso indomable,

Tumbamos al indeseable,

Adefezio imperialista.

Corrieron hacia el lugar del siniestro guiándose por la humareda y por el hedor repugnante que emanaba del pajonal. Al acercarse, encontraron una pieza de fuselaje en la que estaba estampada la palabra Arkham. El resto de la nave despedazada estaba incrustada en un gran túmulo de bosta vacuna. El hallazgo hizo sonreír al Rudecindo. -“No ze ría, paisano. Es el retorno a los orígenes”; lo aleccionó Tramontina.

Emprendieron el regreso con la sensación aliviadora del deber cumplido. Sin embargo, apenas dieron los primeros pasos, los paralizó una voz metálica que provenía de la chatarra embostada. “Próxima misión: Gaza”; repetía antes de que la implacable bota del Rudecindo la hundiera en la inmundicia.