domingo, 29 de marzo de 2009

Encuentro con Nietzsche en un monte de retamas




Cada grito del alemán espantaba a las torcazas. Arremetía con furibundos bastonazos sobre los arbustos y una lluvia de pequeños capullos amarillos iba tapizando el suelo de la pampa.: “¡Sácame de esta tierra miserable, Dionisio!”-, aullaba, y volvía a cargar con el bastón sobre las ramas. La senda del orate iba agrandando los claros en el monte. A primera vista, Aparicio lo confundió con Horacio Quiroga; pero el narrador uruguayo no podía ser portador de tanta maldad. No soportó la depredación y lo paró en seco: “¡Deténgase, bárbaro teutón! Está destruyendo la flora autótona de la pampa: bulnasia retama, pa’ mayor precisión”. El bigotudo lo miró con ojos de un ofidio: - “¡Fuera, subhumano!”, lo insultó. Instintivamente, la mano del payador buscó el facón.

Aparicio:

Al superhombre buscaba
Ese demente prusiano
Y con aliento malsano
Ladiando su torvo gesto
Me repetía funesto:
“Vil raza la del paisano”.

Mi facón salió certero,
Pa’ tragedia del sofista,
El rencor nubló mi vista,
dejé el monte salpicado,
Y el infierno sazonado,
Con los flecos del racista.

Probablemente, este episodio explique el profundo encono que los filósofos posmodernos profesan por el payador de Pila. Quizás también el de Tomás Abraham.

APARICIO TRAMONTINA, UN FACON HECHO CANTO.

viernes, 27 de marzo de 2009

el cielo se puso oscuro



El gallo asustado se escabulló debajo del catre. Afuera, los corcoveos del zaino alertaban que algo extraño pasaba. De repente, como si fuera de noche, una sombra compacta cubrió al rancho. Los ojos del payador relumbraron de asombro. Atado con dos largas cuerdas a un ombú, el enorme zepelín negro flotaba en el cielo límpido de la pampa. Vestido con un delantal blanco y con una jeringa en la mano, el sujeto regordete bajó por la escalera que pendía del artefacto. Sin pedir permiso, ordenó: “Soy el doctor Gunther del Instituto Racial de Baviera. Investigo la sangre de las razas impuras. Es su turno Tramontinen”. El manotazo de Aparicio hizo volar la jeringa de las manos del gringo insolente: “¡Entuavía no ha nacido crestiano ni vampiro que zuzione mi sangre!”, gritó. Una arremetida del facón cortó el cinturón del intruso que debió subir al globo a los saltos y en paños menores.

Cayó del cielo insolencia
Turbó con odio mi vista
No sabe el vil germanista
Y de prepo se lo advierto
Mi facón vela despierto
Contra la peste racista.

Al galope, Aparicio siguió al zepelín que intentaba tomar altura. Su facón se clavó como un rayo en el globo bamboleante. Tras la picada zigzagueante, el dirigible estalló en un cañaveral. Durante varios años la brisa nocturna reavivó sus cenizas. Según Tramontina, ese era el origen del mito de La Luz Mala.
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La dama estaba apurada






Tenía aires de amazona por la destreza con que galopaba. Desmontó del brioso caballo y golpeó a la puerta con el talero. La dama organizó la agenda de notas y se dirigió al payador: –“Necesito hablar con usted, Aparicio”. Este quiso ser galante: – “Una dama tan interesante siempre merece atención ¿Gusta un mate, mi amiga?”. -“Basta de lisonjas. Soy una mujer ocupada. Tengo que entrevistarlo rápido, antes de que llegue Jitrik”, le espetó con voz aguardentosa.

Aparicio:

Al rancho llegó la dama,
Sin güeltas, he de contarlo:
“Vengo a entrevistarlo,
Porque indago el criollismo:
Hábleme ya de usted mismo”,
Me dijo Beatriz Sarlo.

Eduar Tomson la inspiraba
Y Raimon Güiliams bastante
Le dije en tono pedante,
Como si juera patriarca,
“Tomson y Güiliams” es marca
Distinguida y elegante.

Se retiró sin despedirse. Estaba intranquila. Miró la senda por la que había venido. No había moros en la costa. Tomó, al galope, el atajo de la cañada. Parecía un camino seguro. Jitrik no podría verla.

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jueves, 26 de marzo de 2009

Un sulky trae a Halperín.









El tintineo de las campanillas del sulky cesó en la puerta del rancho. El conductor parecía extraviado, pero Aparicio le indicó el camino al Salado. Sentado sobre un cojín festoneado, el notable erudito estaba tiznado por la polvareda del viaje. Aparicio observó el agobio del profesor. –“¿Quiere un mate, don Tulio?, le dijo en confianza.
–“Gracias, no bebo infusiones”, lo frenó con su voz aflautada. –“La bombilla está limpia. No hay peligro de infeziones, maestro”.
Cuando Aparicio amagó ingresar al rancho, la aguda voz lo sorprendió: -“Le acepto una grapa, Tramontina”. La verborragia de Aparicio merodeó los enigmas y controversias del pasado nacional. Recostado en el catre, Halperín lo escuchaba inmóvil, en recatado silencio. Más tarde Aparicio comprendió que era simple modorra.
Así reseñó aquel encuentro::

Sorpresa tuve en mi rancho
Y no poco desconcierto
Un hombre con aire de experto
Dijo llamarse Alperín
buscaba en la pampa sin fin
“una nación p’al desierto”.


Yo no quise discutirle,
Por respeto y cortesía;
Inventó la burguesía
Las fronteras y naciones,
comparto las opiniones
que el gran Josban sostenía.


Luego trazó un sombrío panorama de la pampa:

El vicio reina en la pampa,
He visto más de un atraco,
Angustiado le destaco:
El delito derecho se arroga
Juan Moreyra aura se droga
Catriel es diler de paco.

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Aparicio en una nube de polvo

El grueso neumático entró como una tromba en el rancho. Rompió la puerta y se incrustó en la pared de madera, haciendo caer la foto autografiada de Zubeldía. Enfurecido, Aparicio salió con el facón en la mano. Afuera, entre una nube de polvo, Fittipaldi se sacó el casco y ensayó una disculpa:



“Discúlpeme, Aparicio. No vi la vizcachera”
“¡Está loco, paisano! ¿Por qué anda a esa velocidá endemoniada? – protestó Tramontina.



“¿No se enteró del rally Dakar – Pila?”-, le dijo sorprendido Fittipaldi.
Entre los dos cambiaron el neumático bajo el intenso sol del mediodía.

Emerson Fittipaldi:

Yo agradezco la gauchada
De un payador consagrado
Se lo digo con agrado
La invitación le adelanto
Traiga su guitarra y canto
Lo espero en el Corcovado.

Aparicio:

Al recordar a su tierra,
El corazón se me agranda,
Su ritmo siempre demanda,
La reverencia del artista
¿Sabía que juí letrista
de Chico Buarque de Holanda?

El auto de Fittipaldi salió derrapando. Aparicio lo despidió desde la puerta del rancho. La espesa polvareda aceleró el ocaso en Pila.

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Encuentros con la ciencia.






Durante varios días lo había visto recorrer la pampa. Con su barba blanca agitada por el viento, el sabio inglés se agachaba para recoger piedras y huesos antiguos. También dibujaba pájaros en su raído cuaderno de notas. Aparicio decidió acompañarlo en sus caminatas. Le cebaba mates y a veces, de puro entrometido, le corregía los dibujos: “En la pampa no hay pinzones, don Darwin, esos son cabecitas negras”.

Charles Darwin:

Me llama el clero demonio,
Con hiel mancharon mi nombre,
Tramontina no se asombre,
La razón me asiste y combate:
He probado que el primate,
Es el ancestro del hombre.

Aparicio:

Un loro viejo me dijo
Con precisión magistral:
El diluvio universal
Es un mito inconsistente
Es el factor más potente
La selezión natural.

Hay ezeziones, maestro,
No vea en esto un desplante,
Se lo ezplico en un instante
Sin negar su disciplina
En aqueya sina sina
Vive un carancho mutante.

El inglés abrazó a Tramontina en la despedida. Sabía que la rectificación era un atributo del hombre de ciencia.
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Un saludo a las mujeres (tardío pero certero...)



Aparicio Tramontina rinde tributo a las mujeres.

Este gaucho memorioso,
Sabe apreciar la grandeza,
Y a pesar de su torpeza,
A las mujeres saluda,
Porque detentan, sin duda,
Inteligencia y belleza.

No declaro preferencia
Ni formulo distinción
Aunque tengo una razón
Para elegir sin congoja:
Observo la rosa roja
Que crece en su corazón.




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Revuelo en la pulpería.





“¡Oú est Tramontiná!- gritaba Althusser, golpeando el mostrador de la pulpería El Quirquincho. La mirada rojiza y pendenciera delataba el poder destructor de la grapa. Cuatro parroquianos intentaban mantenerlo de pie y calmar su furia, sin resultado a la vista.
–“Cálmate, Louis”; le decía, secándole la transpiración de la frente, una joven discípula chilena. De pronto, Aparicio corrió la arpillera que colgaba de la puerta. Entró con el poncho en el hombro y la guitarra en la mano: –“¡Qué tanto escándalo! Sus gritos han espantado a los teros, paisano”. Althusser embistió como un búfalo herido, pero los parroquianos logaron contenerlo.
–“Tramontiná, usted es un calumniador de mi obra. He venido a retarlo a duelo”, dijo empuñando, por error, la cuchara de madera del guiso.

Althusser:

La estructura domina
Es siempre determinante
Declaro un error flagrante
La apuesta voluntarista
Es un rezago humanista
que me repugna bastante

Tengo principios muy firmes,
Y aunque parezca engorrosa,
He sido fiel a mi prosa,
Soy escritor distinguido,
También devoto marido,
Y protector de mi esposa.

Aparicio ofuscado:

Su estilo oscuro y tortuoso
Es menester refutar
Debe usté considerar
Datos, pruebas y ezperienzia
Intuyo yo que su zienzia
Ni la entiende Balibar.

Con Marx nos hizo un enchastre
Con Hegel caricatura
Lo digo con amargura
Este escritor consagrado
La confusión ha sembrado
en su senda de locura.

“¡Sauvage! ¡Cochon argentin!” – maldecía el filósofo mientras los parroquianos lo arrastraban afuera. Aparicio tomó su ginebra y montó hacia el rancho. En el camino lo asaltó el remordimiento. ¿Destilaban maltrato sus versos? ¿No habría sido víctima de la alguna sobredeterminación ideológica? Otro noche de insomnio lo esperaba

APARICIO TRAMONTINA, UN FACÓN HECHO CANTO..