viernes, 27 de marzo de 2009

el cielo se puso oscuro



El gallo asustado se escabulló debajo del catre. Afuera, los corcoveos del zaino alertaban que algo extraño pasaba. De repente, como si fuera de noche, una sombra compacta cubrió al rancho. Los ojos del payador relumbraron de asombro. Atado con dos largas cuerdas a un ombú, el enorme zepelín negro flotaba en el cielo límpido de la pampa. Vestido con un delantal blanco y con una jeringa en la mano, el sujeto regordete bajó por la escalera que pendía del artefacto. Sin pedir permiso, ordenó: “Soy el doctor Gunther del Instituto Racial de Baviera. Investigo la sangre de las razas impuras. Es su turno Tramontinen”. El manotazo de Aparicio hizo volar la jeringa de las manos del gringo insolente: “¡Entuavía no ha nacido crestiano ni vampiro que zuzione mi sangre!”, gritó. Una arremetida del facón cortó el cinturón del intruso que debió subir al globo a los saltos y en paños menores.

Cayó del cielo insolencia
Turbó con odio mi vista
No sabe el vil germanista
Y de prepo se lo advierto
Mi facón vela despierto
Contra la peste racista.

Al galope, Aparicio siguió al zepelín que intentaba tomar altura. Su facón se clavó como un rayo en el globo bamboleante. Tras la picada zigzagueante, el dirigible estalló en un cañaveral. Durante varios años la brisa nocturna reavivó sus cenizas. Según Tramontina, ese era el origen del mito de La Luz Mala.
APARICIO TRAMONTINA, UN FACON HECHO CANTO.

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