miércoles, 9 de diciembre de 2009

Un invitado a la página de Aparicio. Max Turben, el epistemólogo iracundo.

A lo largo de la historia de la ciencia, las controversias en torno a cuestiones teóricas y metodógícas suscitaron fogosos debates. Cuestionamientos de paradigmas, guerra de conceptos, crisis de criterios de objetividad, dudas sobre la prognosis científica, ataques a las pretensiones legaliformes de las ciencias sociales, etc. han sido algunas cuestiones debatidas, en ocasiones, con excesivo fragor. En estas lides se fogueó el temple del irascible epistemólogo alemán Max Turben, una de las figuras sobre las que el olvido ejercitó su labor más despiadada. Ya nadie recuerda aquel potente vozarrón que hacía vibrar los vidrios de congresos y seminarios desmontando sofismas y palabreríos insustanciales, recusando argumentos inverificables o desnudando el merodeo de arcaicos y novedosos irracionalismos.
Aunque sus huellas son evasivas, algunas de las intervenciones de Turben fueron memorables. En una de las sesiones del Círculo de Viena desmintió las insulsas cavilaciones de Wittgenstein con un tórrido alegato realista y un ajustado cross a la mandíbula que desmoronó a su contrincante sobre el regazo del doctor Rudolf Carnap. - “Métase el Tractatus en el orcto”, le gritó antes de salir dando un portazo.
En otra ocasión, Turben se enzarzó en una vitriólica polémica con Kart Popper. Cuando el eminente profesor austriaco ingresaba a un cóctel de la Real Sociedad Filosófica de Viena, Turben le espetó sin prolegómenos: - “Su noción de Historicismo apesta. Es una bolsa de gatos conceptual que mixtifica argumentos mal decantados. Lo espero afuera, si es macho”. Justo a tiempo, la Guardia Imperial vienesa impidió la trifulca.
También Weber fue objeto de los espasmódicos cuestionamientos de Turben. - “Si la ética protestante es la causa del capitalismo, ¡explicá cómo carajo se desarrolló Japón, cagatintas!”; le gritó desde el fondo del auditorio de la Universidad de Munich, antes de iniciarse una conferencia. Weber no se amilano: - “¡Provocador marxista!”, lo injurió mientras se arremangaba para la riña. La oportuna intervención de un grupo de alumnos frenó los forcejeos al pie del atrio. Cuando lo retiraron del recinto, Turben era un búfalo enfurecido. - “El espíritu del capitalismo aceita las páginas de tus libros, gil. ¡Andá a enderezar bananas con Sombart! ”.
El fuego sagrado de la crítica encendía el corazón de Turben. En ocasiones, como un bonzo.



En una insólita actitud sosegada, Max Turben explica sus argumentos a un cronista ubicado a prudente distancia.

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