martes, 1 de diciembre de 2009

El facón y la flecha.




El temblor zamarreó al rancho. Costras de adobe se desprendieron de las paredes. La brutal sacudida provocó una lluvia de polvillo y matojos de paja caídos del techo. La marea marrón de miles de pezuñas arremetía desde el fondo de la pampa. Aparicio, facón en mano, se encomendó al destino. Milagrosamente, los gritos de los guerreros sioux detuvieron a los búfalos a escasos metros de la catástrofe. Al disiparse la polvareda, el rancho quedó rodeado por un mar de bufidos y cuernos enfurecidos. Mandinga había soltado a sus criaturas horripilantes.
“¡Estas no son horas pa´ rodeos, paisano!”; gritó Aparicio con el corazón en la boca.
Caballo Loco se acercó para tranquilizarlo:
–“No tema Aparicio. Todo está bajo control. La estampida se inició en Dakota luego del ataque del VII de Caballería. Es la guerra sucia de Custer”.

Caballo Loco:

Custer es cruel asesino,
De pueblos americanos,
Chorrean sangre sus manos
Haciendo infame su gloria
Ganó un sitio en la historia
Matando a niños y ancianos.

Aparicio:

Conozco bien esa runfla,
Mi juicio no se equivoca,
Progreso grita su boca,
Mientras al indio despojan,
Matando ni se sonrojan
Mitre, Zeballos y Roca.

Antes de la despedida, el mate y la pipa de la paz sellaron el extraño sincretismo de la hermandad.

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