jueves, 24 de septiembre de 2009

Desembarco


Pisaron los cangrejales de la costa de Samborombón bajo el fuego de las baterías de Rosas. Lograron remontar penosamente el barranco y se escabulleron entre los pastizales. Aparicio se acercó temerariamente. La andanada de disparos zumbó a su alrededor. – “¡Agáchese, Aparicio!”; le gritaron. El payador se arrastró por los senderos abiertos por las vizcachas. Al cabo de unos minutos logró acercarse a los recién llegados. Eran apenas doce y el barro cubría sus uniformes. Estaban hambrientos y desorientados. Llegaron al rancho en un anochecer sin estrellas.

Uno de los fugitivos:

Nos sorprendió el huracán
Y la tormenta furiosa,
Esa ventisca alevosa
El rumbo nos hizo perder,
Paisano, debe torcer
Esta suerte borrascosa.

Otro:

No reconozco la playa,
Son estas costas austeras,
Las aguas son extranjeras,
Extrañamente marrones,
Dígame usted las razones
De la ausencia de palmeras.

Luego de varias rondas de mate y caña, Aparicio rompió el silencio.

El corazón del rebelde
Siempre la historia reescribe,
La adversidá no lo inhibe,
Pero bien vale un consejo:
Con brújula y catalejo
Van a llegar al Caribe.

Condujo a la patrulla perdida hasta la costa antes del amanecer. Los ayudó a cargar los pertrechos de guerra y les suministró una ración de yerba y galleta. – “¿Y, Aparicio, sube o no sube?, le preguntaron. Tramontina se excusó: - “Ya hay un criollo a bordo”. Cuando el sol se asomó sobre el río marrón, el Granma era un punto insignificante en el horizonte.

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