viernes, 15 de febrero de 2013

Con Hobsbawm en el monte.




Los relinchos despertaron a Tramontina. Afuera, montado en un zaino, lo esperaba Hobsbawm, listo para la partida. Una mula atada a la montura trasportaba mantas, víveres y pertrechos varios. De una de las alforjas asomaba la culata de un Winchester.
-“¿Nos vamos de cazería, don Eri?”; preguntó Tramontina.
Sin desmontar, el visitante le expuso el plan:
-“Quiero que me acompañe. Necesito un baqueano para la expedición. Nadie como usted para estudiar a los “Rebeldes primitivos”.
-“Lo primero se lo azeto. Lo segundo huele a ofenza…” refunfuñó.
- “No lo tome a mal”, lo aplacó Hobsbawm. “Es solo el título de uno de mis libros”.
Tramontina aceptó la explicación y recibió al visitante con una copla de admiración:

Entre sus obras, Maestro,
Me gusta “Industria e imperio”,
Aunque con sano criterio,
Todos los gauchos creemos:
“La era de los extremos”,
Consagró su magisterio.

A mi memoria convoco,
A aquellos historiadores,
Que a los trabajadores,
Güenos relatos ofrezen,
Thompson, Hill, Hilton merezen
Las alabanzas mayores.

Hobsbawm interrumpió la copla por temor a que se tornara una monserga interminable:
-“Y… ¿me acompaña, Aparicio?”
-“No quiero deziluzionarlo, don Josban, pero ya anduvo Carri por aquí estudiando a los bandoleros rurales. Yo mismo lo conduje al monte”.

La chispa del desafío se encendió en los ojos del inglés.-”No estoy buscando a Isidro Velázquez”, dijo con tono cortante. -“Sigo las huellas de Patrick O’ King, un ingeniero irlandés que La Forestal contrató para organizar la tala y manufactura del quebracho. Dicen que se echó al monte con una decena de peones, asqueado por las balanzas tramposas y el maltrato a los hacheros”.
-“Usté se refiere a El Rubio”; acotó Tramontina.
Hobsbawm quedó perplejo por la revelación. El relato del payador devino un cofre de sorpresas:
-“Todavía anda furtivo por las selvas misioneras y correntinas. No le perdonan haber fundado las Ligas Agrarias. Los Navajas Artaza y los dueños de otros yerbatales puzieron prezio a su cabeza. La polezía brava no le da respiro . Por fortuna, encontró refugio en las chozas de los mensúes”.

El viaje hacia el norte profundo fue una pesadilla. El sofocante calor, las sanguijuelas y los mosquitos se ensañaron con Hobsbawm. Tramontina disimulaba el martirio con sus cavilaciones:
-“Va a ser difízil encontrarlo. Se esconde en la espezura y está en perpetuo movimiento. Sus hombres son fantasmas mimetizados en la tierra colorada. Les dizen la Milicia Terracota”.
Hobsbawm se puso lívido: -“Patrick O’King y su Milicia Terracota”; susurró durante el camino, como si hubiera descifrado un acertijo.

Tras una cabalgata de varios días, llegaron a un cañadón escondido. –“Aquí es”, dijo Tramontina sin mayores explicaciones. El cansancio inhibió la curiosidad de Hobsbawm, que se desplomó sobre un hato de mantas mientras Tramontina encendía el fogón. Antes de que los atrapara el sueño, un movimiento en los arbustos los puso en vela. Luego, sin que mediara advertencia, un hacha voladora se clavó en el tronco de un guatambú.
-“¡Soy Tramontina!”; gritó el payador a modo de salvoconducto.

Detrás de los hombres enrojecidos por la polvareda apareció O'King. Se lo veía cansado y casi andrajoso: -“Está muy lejos de Londres, Eric”; comentó con sorna.
-“Vine por usted, Patrick”.
-“Soy El Rubio”; lo corrigió.
Patrick O’King encendió un cigarro y cruzó amistosamente su brazo derecho sobre el hombro del historiador: “¿Acepta una crítica entre camaradas?”.
-“Por supuesto”, contestó Hobsbawm.
-“No estoy de acuerdo con su interpretación de las rebeliones pre políticas. No soy un rebelde primitivo. No idealizo el pasado ni lamento ninguna utopía perdida”. O’King concluyó su alegato con una leve sonrisa: -“¡Vamos, Eric, la lucha de clases no se extravía en la selva!”. Hobsbawm consintió en silencio.

Atravesaron sendas intrincadas y esteros malolientes. La penumbra de la selva parecía engendrar espectros. Como por arte de magia, grupos de indígenas emergían detrás de los grandes helechos y acompañaban la marcha. Tenían los rostros espolvoreados con arcillas rojizas. Sus desplazamientos eran silenciosos. Los pies de la Milicia Terracota parecían flotar sobre el suelo.
-“No tema, son amigos”; dijo O'King. -“Son los Sitrac-Sitram, el único pueblo originario que no se rindió ante el hombre blanco, español, portugués, criollo o lo que sea”.

Los Sitrac-Sitram:

A España resistimos,
Por expoliadora y racista,
Con fervor autonomista,
En nuestra lucha creemos,
Ni a los jesuitas queremos,
Somos la etnia clasista.

El Rubio aceptó el aguardiente de los nativos. Hobsbawm y Tramontina se unieron a la rueda de bebedores. Patrick O’King conocía el valor de la gratitud: -“Admiro a este pueblo indómito. Me han salvado la vida más de una vez”.
-“Lástima que los antropólogos no se interesaran en ellos”; señaló Hobsbawm.
-“Nunca los comprendieron. Cuando vino Lèvi-Strauss los consideró una comunidad ahistórica y refractaria al cambio social. La pedantería intelectual no tiene cura”.
-“El idealismo estructuralista hace estragos”, refrendó Hobsbawm.
-“Para colmo, le cayó mal el tereré y anduvo varios días agachándose entre los arbustos ¿Ve esos helechos gigantes? Tienen abono estructuralista”.

Los Sitrac-Sitram:

No comprendió nuestra vida,
La retrató con denuesto,
Pa’ explicar el contesto,
De nuestra gran rebeldía,
Siempre por causa aducía,
La prohibición del incesto.

A Levistró no queremos,
Sus conzetos rechazamos,
También los indios cambiamos,
Aunque nos tilden de escoria,
Nuestra vida tiene historia,
En Marvin Harris confiamos.

A la mañana siguiente, los preparativos en el campamento anunciaban eventos extraordinarios. En la choza principal, los hombres deliberaban sobre un mapa extendido en la mesa. -“Es la hora y todavía no ha llegado. Vayan a buscarlo”; estalló O`King”.

Unas horas más tarde, El Pelado llegaba escoltado por la Milicia Terracota. O’King lo saludó con desgano. Le caían mal la impuntualidad y las tendencias militaristas del visitante. Al ingresar rancho, desenrolló su propio mapa. Hobsbawm y Tramontina escucharon la discusión mateando junto a las brasas todavía humeantes. O’King dudaba del lugar escogido, pero finalmente aceptó el plan. En una semana se encontrarían en el sitio de la emboscada. Un parco apretón de manos selló la despedida.

Los interrogantes acosaron a Hobsbawm durante el regreso: -“¿Por qué tanta discusión por un mapa, Aparicio?”
-“Una emboscada no es cosa senzilla, don Josban. Somoza es una bestia taimada y precavida”.
-“Su infierno no será nada encantador”; musitó Hobsbawm mientras espantaba los mosquitos.



Aparicio Tramontina, un facón hecho canto.

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