viernes, 30 de octubre de 2015

La voz de los eucaliptus


No habían calculado bien la distancia. El crepúsculo los había sorprendido en Bartolomé Bavio y aun no encontraban el rancho del Alicio Hoya.Tramontina estaba contrariado. Más inquieto lo puso la arboleda que tenían por delante. -"Hasta aquí llegamos, Rudecindo. Debemos volver".

Rudecindo: -"¿Por qué? Eze montezito de ucalitos pareze güeno pa' descanzar".

Tramontina: "Ningún descanso, caracho. Eze lugar está pozeído".

Rudecindo: "¿Por qué dize eso?"

Tramontina le susurró el secreto: "En las noches de otubre, cuando la niebla se esparze entre los árboles, gime la guitarra del Cantor Traicionao. La pampa enmudece. Las ranas se cayan, los inzetos dejan de zumbar, las luciérnagas se opacan en el ato".

"¿Quién es?"; gritó Rudecindo con los ojos como el dos de oro.

Tramontina: "El ezpetro de un hombre que le cantaba a los labradores, a las montañas y al salitre ¿No lo oye? Está payando con la muerte que le jugó suzio".

Rudecindo se escurrió como una perdiz en el pajonal.

Tramontina: "¡Venga para acá, Rudecindo. No se meta! Ese contrapunto no es para usté".

Pero Rudecindo ya había llegado a la primera hilera de eucaliptus. Escuchó los acordes de una zamba o una plegaria.Se levantó lentamente y vio la silueta del cantor casi cubierta por la niebla. 
Se desmoronó con el corazón trepado a la garganta. Victor Jara tocaba la guitarra sin las manos.







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