lunes, 18 de mayo de 2009

Tormenta y espuma

Tormenta y espuma.

La brutal tormenta lo sitió en la pampa desnuda. Los refucilos y saetas enloquecieron al zaino. Aparicio sintió el hormigueo en el cuerpo y la estática enredándole las crenchas. El estallido del rayo hizo temblar la tierra; el caballo se desbocó y arrojó al payador al suelo. Quedó tieso entre los matorrales de paja brava, los mismos que recorría en los lejanos escozores de la pubertad. Lo despertó la gasa húmeda acariciándole la frente. La bella morocha le prodigaba caricias mientras dos ardientes volcanes sobresalían del escote generoso. Era una de las hijas del gringo Forte, la encantadora Rifocina. Al verla, Aparicio creyó flotar entre ángeles. Rifocina lo trajo a la tierra. – “Tiene que bañarse, Aparicio. La mugre comienza a formar costras geológicas en su piel”. La mujer llenó una tina con agua y jabón y condujo al payador hacia el tibio y espumoso edén.

La Rifocina:
Admiración me despierta,
Su vida digna y heroica,
Mas mi misión es estoica,
Ante tanta refregada,
Tiene tierra acumulada
De la era mesozoica.

Aparicio:
Mi sangre bulle fogosa,
Y es por usté, Rifocina,
Ya su figura felina
Mi corazón enloquece,
Desnuda digo que ingrese
Hay un lugar en la tina.

La tina y la noche se conjugaron en un vórtice de espuma y pasión
Pasados los años, los recuerdos seguían atormentando el corazón de Aparicio en las noches solitarias. Las imágenes se encadenaban en un carrusel desenfrenado. Tormenta, refucilos, caída y paja brava.


APARICIO TRAMONTINA, UN FACÓN HECHO CANTO.







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