martes, 28 de abril de 2009

La noche de la jauría.

Los disparos y la jauría alertaron a Tramontina. Había batida en la noche pampeana. ¿Quien sería la desdichada victima de la cacería? Mejor no estar en su pellejo, pensó Aparicio. Al rato, se acallaron los disparos y los ladridos se perdieron en la lejanía. Permaneció despierto mirando las telarañas en los entresijos del techo. De pronto, un susurro vino del exterior: - “Ábrame, por favor, Aparicio”.
Abrió la puerta y el hombre de la camisa desgarrada se arrastró al interior del rancho. -“¿Qué anda haciendo por aquí, Bebe?”. - “Necesito refugio, me persigue La Mazorca”, dijo el fugitivo. La grapa lo retempló. – “Nos escapamos por el túnel, pero no vimos al último centinela. Zafamos por un pelo, Aparicio”. – “Rosas no va a pegar un ojo esta noche”; pensó Tramontina.
Antes de que el fugitivo se sumergiera en la tatucera disimulada en el laberinto de las vizcachas, conversaron un rato.

El Bebe.

Rosas juró liquidarnos
Con su venganza arbitraria
Es la bestia autoritaria
Que junta rabia y se indigna
Por nuestra firme consigna
Que clama reforma agraria.

Hay que armarse, paisano,
esta jauría rabiosa
Es una plaga impiadosa
Encarna al odio, la muerte
Para jugar nuestra suerte,
Un facón es poca cosa.

Antes del alba, el fugitivo salió de la tatucera. Tramontina, que había pasado toda la noche en vela, lo condujo hasta el cañadón de los chajás. Se despidieron sin ceremonias. Los altos juncos y las totoras eran una senda segura para la larga caminata de Sendic.



APARICIO TRAMONTINA, UN FACÓN HECHO CANTO.

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