martes, 21 de diciembre de 2010

Despecho



Aparicio y Rudecindo interrumpieron la mateada y salieron del rancho. Un enajenado de traje raído y polvoriento gritaba con desesperación:
- “¡Sal, malvada Amanda!”
Tramontina lo frenó en seco: - “¡Que anda gritando, paisano! P’alaridos están los indios, ¡caracho!”
- “Discúlpelo Aparicio. Es Adán Andrada, el poeta abandonado”; le dijo un petiso que venía rezagado. Arrastraba una llama y apretujaba una cámara fotográfica con trípode bajo el otro brazo. - “Soy su secretario. Está penando por Amanda Larra, la musa que lo dejó en Campana. Téngale paciencia, los despechados no entran en razones”.
Aparicio se dirigió al vate gruñón:
-“No lloriquee en tierra de gauchos, paisano”.
- “¡Marrana!”; vociferó el desdichado.
El payador intentó consolarlo:
“Donde la conoció?"
- “Zapala”.
- “¿Piel morena?”
- “Clara”.
- “¿Tiene vicios la dama?”
- “¡Blanca!”
- “¿Bebe?”
- “Caña”.
- “¿Habló con su familia?”
- “¡Malandras! ¡Baja calaña!”
- “¿Quizás se arrepienta y güelva?
- “¡Rapaz la falsa !”
- “Dejeló, Aparicio, está ozecado”, le aconsejó el Rudecindo mientras se calzaba un gorro coya y posaba junto a la llama, esperando a que el petiso lo fotografiara.
El infeliz no tenía cura. Seguía a grito pelado:
- “¡Canalla, alma bastarda!”.
Harto del griterío, Aparicio perdió los estribos. El castañazo derrumbó al imbécil, que rodó sobre un charco de orina andina recién liberado por la llama.
El secretario levantó trabajosamente a Andrada y lo amarró al lomo del camélido. Se marcharon por un camino inhóspito, como el desengaño.
Al atardecer, Aparicio montó su zaino y se dirigió a un remanso del Salado. La melodía de la guitarra acompañaba el ascenso de la luna platinada.
Aparicio:
Son profundos los pesares,
Provocados por la guerra,
Mas no hay dolor en la tierra,
Como el del desengaño
Insoportable es su daño,
Es herida que no cierra.

Tramontina esperó el ocaso frente al río susurrante. Sabía que la noche vendría hacia él, inexorable y seductora, como esa mujer desnuda que salía del juncal.
- "Amar arrastra, Amanda"; confesó entre sus brazos.

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