miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un perro leal

  



El gemido se filtraba desde abajo de la puerta. Al salir, Rudecindo encontró al pequeño perro acurrucado y temblando. -"No llore, pichicho"; lo acarició antes de ingresarlo al rancho.
Tramontina le echó una mirada de conmiseración. Estaba flaco y mojado. Peor aún, la tristeza anidaba en sus ojos.

¡Dentre! querido pichicho,
no llore más con zigilo,
nos puso a todos en vilo,
tanta tristeza canina,
aunque sea clandestina,
esta morada es su azilo.

-"¿Dónde está su dueño, pichicho?"
-"Preso. La Guardia de Monte se lo llevó a los rebencazos cuando desataba su caballo".
Rudecindo levantó presión: -"¡Y diande tanta arbitrariedá!"
-"Dijeron que no había pagado el palenquímetro. Han privatizao la pampa, don Aparicio. Ayúdeme a encontrarlo, por favor".

Por la noche emprendieron la travesía. Tramontina impartió las órdenes: -"Oiga, Rudecindo, haga husmear al canis familiaris". Rudecindo lo miró perplejo. -"¡Que el perro siga el rastro, caracho!"
Con el hocico revolviendo la hierba, el perro indicó la dirección adecuada. De pronto, Rudecindo lo interrumpió sobresaltado: -"Mire, pichicho ¿qué es esa gran huella en la tierra revuelta?". El perro le contestó con indiferencia: -"Es del último rally Dakar".
Tramontina aprovechó para fastidiarse: -"¡No me haga recordar! Ezos energúmenos me arruinaron todo un cuadro sembrado de alfalfa".
-"Y de cannabis"; murmuró socarronamente Rudecindo.

Pasada la medianoche, se acercaron a unas instalaciones desvencijadas. Entraron como tres sombras furtivas. El panorama era desolador.  Las criaturas desnutridas dormían en el piso de tierra, al lado de las máquinas de coser. -"Aquí no ha llegao la Unicé", susurró el perro.
Aparicio hizo una caracterización del hallazgo:

Más que los barcos negreros,
estas mazmorras son piores,
aquí perpetran horrores,
unos magnates ladinos,
que en talleres clandestinos,
ezplotan a los menores.

Despertaron a la gurisada con discreción y la sacaron de aquel infierno con techo de fibrocemento. Tramontina los aconsejó con cierta rudeza: -"Corran en dirizión del Salado sin darse güelta, caracho!"
-"¿Y, don Aparicio, ¿qué hacemos con este antro de perfidia?; preguntó, desafiante, Rudecindo.
-"No escatime jósjoro, Rudecindo".

En pocos instantes, el muladar quedó reducido a cenizas. En vano, Aparicio y Rudecindo intentaron convencer al perro: -"Venga pal rancho, pichicho, mañana continuaremos la búsqueda".

El perro tenía los párpados a media asta en la despedida, como si no estuviese convencido de la partida. Sin embargo, se fue al trote, con la luz lunar acariciándole el pelaje.
Más que un instinto perruno, la lealtad era un imperativo categórico para el Mendieta.

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