jueves, 23 de julio de 2009

El cuervo y las moscas


Un vaho espeso de carne tumefacta se adelantó a la llegada del carromato. Las pesadas ruedas habían dejado un surco de gramilla marchita a su paso. Lo arrastraban cuatro corceles negros que soplaban espuma por sus hocicos. Frente al rancho, el torvo dominico tiró bruscamente de las riendas y detuvo el carretón. Tomás de Torquemada había llegado a Pila.

El dominico:

Aroma a azufre presiento
En esta casa arruinada
Por estar muy endiablada
El exorcismo yo inicio,
Mandinga y el Aparicio
Son una yunta malvada.

La Inquisición purifica
Esta pampa anarquizada
Irreverente morada,
Del ateísmo y del vicio,
Ya llega el Santo Oficio,
Con hoguera incorporada.

Aparicio salió del rancho espantando al enjambre de moscas verdes que acompañaban al pérfido fraile. Lo miró desafiante y le espetó en lengua vulgata: - “¡Pila es santuario de herejes, de perseguidos y del lagarto overo!”
Tramontina:

Santurrón no me provoque,
Baje ese cetro ominoso,
Este facón es mañoso,
Pronto se sale de quicio,
No lo insulta al Aparicio,
Ningún cuervo apestoso.

El monje de las sombras agitó el bastón para fulminar al payador, desencadenando una orgia de moscas verdosas en el aire. - “¡Penitentia Aparicius Maleficorum!”-, chilló en latín. No tuvo tiempo de repetir la amenaza. El silbido del facón se abrió paso entre el mosquerío enardecido. La ráfaga letal se hundió en la frente del cabrón ensotanado.
- “Officium interruptus” -, murmuró Tramontina al ingresar al rancho.

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