lunes, 20 de julio de 2009

Un rugido en la pampa.

La inusitada ráfaga de pasión venía desde el norte. Abrió un surco tremendo entre los pastizales y estremeció las copas de los ombúes, talas y espinillos. La tierra pareció temblar bajo el peso de una inmensa estampida de ganado cimarrón. Desde varias lagunas, miles de flamencos rojos y blancos levantaron vuelo tapizando el cielo con estrías de aquellos colores. Aparicio supo que era el inconfundible color de la alegría:


Qué mística poderosa,
Jué cuna de rebeldías,
Con antiguas energías,
Hoy subleva corazones,
Y cosecha emociones
Que creímos utopías.

Paisano, yo le confieso,
Es preciso que lo cuente,
Se nos ha güelto frecuente,
Que las glorias del pasado,
Con fervor tan obcecado
Triunfen en nuestro presente

Lejos, el Sesenta y Ocho,
Fuego sagrado templaba,
Cuando la tierra temblaba,
Vi el coraje hecho bandera
Que victoriosa y señera,
Roja y blanca flameaba.

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